Durante los primeros meses de la Guerra Civil, cuando los ánimos estaban más caldeados que nunca entre la juventud revolucionaria, Tomás Martínez Negro, padre de familia y sacristán, fue asesinado a sangre fría a manos de cinco de sus vecinos en Mejorada del Campo. En los documentos pertenecientes a un juicio sumarísimo de las tropas franquistas se atestiguaba la condena de cuatro de sus verdugos, pero el quinto figuraba como huido: era Eladio Pampliega.
En este emotivo testimonio, el periodista Antonio Pampliega emprende un viaje por su propia historia familiar para descubrir la verdad sobre el asesinato de Tomás Martínez Negro. Un relato conmovedor que narra la historia de muchos de los asesinados de la Guerra Civil y que aspira a descubrir la verdad por incómoda que sea.
La proclamación neoliberal de la libertad se manifiesta en realidad como un imperativo paradójico: sé libre. Domina una economía de la supervivencia en la que cada uno es su propio empresario. El neoliberalismo, con sus desinhibidos impulsos narcisistas del yo y del rendimiento, es el infierno de lo igual, una sociedad de la depresión y el cansancio compuesta por sujetos aislados.
Los muros y las fronteras ya no excitan la fantasía, pues no engendran al otro. Dado que el Eros se dirige a ese otro, el capitalismo elimina la alteridad para someterlo todo al consumo: la exposición como mercancía intensifica lo pornográfico, pues no conoce ningún otro uso de la sexualidad. Desaparece así la experiencia erótica. La crisis actual del arte, y también de la literatura, puede atribuirse a esta desaparición del otro, a la agonía del Eros.
"Todos los argumentos que se emplean para impugnar la democracia, parten de una misma raíz: la supuesta necesidad del prejuicio y el engaño para reprimir la natural turbulencia de las pasiones humanas. Sin la admisión previa de tal premisa, aquellos argumentos no podrían sostenerse un momento. Nuestra respuesta inmediata y directa podría ser ésta: «¿Son acaso los reyes y señores esencial-mente mejores y más juiciosos que sus humildes súbditos? ¿Puede haber alguna base sólida de distinción, excepto lo que se funda en el mérito personal? ¿No son los hombres objetiva y estrictamente iguales, salvo en aquello en que los distinguen sus cualidades particulares e inalterables?» A lo cual nuestros contrincantes podrán replicar a su vez: «Tal sería efectivamente el orden de la razón y de la verdad absoluta, pero la felicidad colectiva requiere el establecimiento de distinciones artificiales. Sin la amenaza y el engaño no podría reprimirse la violencia de las pasiones». WILLIAM GODWIN"