La victoria de Sharon en las elecciones israelíes de febrero de 2001 y los atentados del 11 de septiembre del mismo año han supuesto el fin del proceso de paz que se había iniciado en Oslo. Se cierra una etapa en el conflicto de Oriente Próximo y se abre una nueva, caracterizada por la incertidumbre, la dificultad de encontrar bases mínimas de acuerdo y la agudización de los antagonismos. Desde el corazón de las tinieblas del conflicto palestino se alza de nuevo la voz de Edward Said, tan lúcida en la denuncia -de la inconsecuencia, de la injusticia, de la brutalidad- como en la reclamación de una paz que no puede ser duradera si se sigue abordando desde la desigualdad y la imposición.
En estas Nuevas crónicas palestinas se ha conservado una tercera parte de los artículos del primer libro para ayudar al lector a entender la evolución posterior de los acontecimientos, y se presentan veintitrés nuevos artículos de Edward Said escritos desde marzo de 2001 hasta la actualidad. El resultado es una edición nueva con voluntad de continuidad de una de las mayores tragedias de nuestro tiempo.
«He llegado a Lisboa, pero no a una conclusión», escribía Fernando Pessoa en su «Libro del desasosiego». Y es que el viaje siempre tiene un punto de llegada, pero ser pasajero es estar suspendido en la grieta entre destinación y destino, realidad y ensoñación.
Michael Marder ahonda en los intersticios de la aventura del viaje y ofrece una novedosa guía filosófica sobre la «condición de pasajero», sea en trayectos de larga distancia, sea en desplazamientos cotidianos. Ser pasajero no es sólo un trámite o una metáfora, pues constituye una experiencia universal que nos enfrenta con el tejido de nuestra propia existencia humana: el tiempo, el espacio, el aburrimiento, nuestro sentido del yo y nuestra cognición del mundo.
Predrag Cicovacki nos invita a reflexionar sobre lo que da sentido a la vida. Su libro nos enseña que la teoría y la práctica, las ideas sobre la vida y los modos de vivir deberían ser inseparables. Del mismo modo en que hablar de la moralidad no debería separarse de practicar la virtud, hablar sobre el sentido de la vida no debería separarse de intentar vivirla con tanto sentido como sea posible. Examinar las vidas de las personas que más admiramos revela que vivir una vida con significado nunca puede ser una simple búsqueda de logros y éxitos individuales. El yo no es ni la realidad última, ni debería ser nuestra máxima preocupación. Nuestra búsqueda de un significado debe orientarse a algo mayor que nuestras vidas individuales, y lo que debemos discernir es qué son y qué no son verdaderos objetos de tal devoción. No podemos lograrlo solos.