La historia de la mujer que se enfrentó a Facebook y cambió la forma de entender las redes sociales
En septiembre de 2021, el Wall Street Journal publicó una exclusiva que sacudió al mundo: Facebook tenía conocimiento de los graves efectos nocivos que provocaba en la sociedad, pero no le interesaba remediarlo. Un mes después, la responsable de filtrar los archivos confidenciales que lo probaban salió del anonimato.
Se trata de Frances Haugen. La joven extrabajadora de Facebook acusó a la compañía de Mark Zuckerberg de anteponer sus beneficios económicos al bienestar y la seguridad de sus usuarios. Haugen dejó la empresa en mayo de 2021, pero no sin antes haber recopilado decenas de miles de documentos internos que fueron bautizados como los «Papeles de Facebook».
En su testimonio ante el Senado de los Estados Unidos, la informática expuso cómo la plataforma –hoy llamada Meta– ignoró los informes e investigaciones que alertaban del impacto negativo de su tecnología en la sociedad.
Los padres perfectos sólo existen en nuestra fantasía. A lo que hay que aspirar es a ser unos padres «lo bastante buenos», que establezcan con sus hijos una mutua relación gratificante y que desarrollen un gran sentimiento de seguridad en su función de padres. Éstos no deben ceder al deseo de «construir» al niño que a ellos les gustaría tener, sino que deben ayudarle para que se desarrolle plenamente y llegue a ser lo que él quiera y pueda.
Este pequeño libro, un clásico en el arte de educar a los niños sin angustias ni complejos, nos enseña cómo la educación de un hijo es una experiencia
apasionante, creativa, un arte más que una ciencia que no necesita de reglas complicadas y sólo exige de los padres flexibilidad y sensatez.
Las imágenes generadas por el poder utilizan determinados motivos visuales bajo los cuales se oculta una suma de protocolos interesados que les proporciona su auténtico sentido. Ante esta constatación, los cuarenta capítulos y las dos adendas que conforman El poder en escena responden a la necesidad de ejercer de rastreadores de estos iconos de la esfera pública para descifrar así la naturaleza de estas imágenes que parecen rutinarias y espontáneas, y ante las cuales no solemos interrogarnos. Solo con hacerlo y detenernos en cada motivo para nombrarlo, ya se da un paso decisivo para reconocer su sesgo ideológico. Esos motivos visuales se generan desde el campo de la política, quizá los más notorios por su voluntad propagandística; desde la economía, siempre basados en la ocultación de su poder real; del poder judicial, otro ámbito donde la opacidad es norma; de los cuerpos policiales, que construyen motivos de aparente objetividad; o de algunos rituales sociales que se repiten de manera insistente y enigmática. El hecho de ahondar en los orígenes iconográficos de cada motivo –en el cine, la pintura, la fotografía o la arquitectura y sus posteriores ramificaciones– nos permite cuestionar las formas visuales que los distintos ámbitos de poder utilizan para autorrepresentarse. Y al mismo tiempo sirve para preguntarnos por la génesis y evolución de estas formas, dar testimonio de su falsa transparencia y devolver así una mirada crítica e irónica ante el poder que las genera.