¿Sabías que el primer rey cruzado que llegó a Jerusalén fue el vikingo Sigurd de Noruega? ¿Que Leonor de Aquitania fue la primera mujer en embarcarse en una cruzada? ¿Que la secta de los asesinos trató tres veces de acabar con la vida del mismo Saladino? ¿Que san Francisco de Asís se presentó ante el sultán de Egipto para convencerlo de que se convirtiera al cristianismo y logró una tregua en plena quinta cruzada? ¿O que el emperador Federico II recuperó Jerusalén sin disparar una sola flecha y después de ser excomulgado por el papa Gregorio IX?
Concebidas como un peregrinaje armado en nombre de Dios, las cruzadas constituyen un acontecimiento decisivo en la Edad Media cuya memoria y debate siguen estando de plena actualidad hoy en día. El adjetivo «cruzado» se continúa utilizando entre los combatientes del autodenominado Estado Islámico para referirse a Occidente, casi mil años después, y su influjo y fascinación es objeto de estudio, investigación e interés por parte de historiadores, amantes de la historia y lectores aficionados a las leyendas y enigmas que adornan a sus protagonistas.
Desde la llamada incandescente de Urbano II a tomar la cruz en 1095 hasta la sangrienta caída de San Juan de Acre en 1291, las expediciones religioso-militares de los llamados cruzados están llenas de episodios singulares y casi siempre crueles, pero también revelan actos de piedad y admiración mutua, como la que mantuvieron Ricardo Corazón de León y Saladino mientras se enfrentaban con toda la dureza posible.
El tiempo en que vivimos a menudo se vuelve aburrido, a veces oscuro. Ocurre cuando perdemos de vista lo que es realmente importante. La práctica del cuidado es fundamental para la vida: cuidado de uno mismo, de los demás, de las instituciones, de la naturaleza. Sin cuidado, no puede haber buena vida para el ser humano. Pero en una cultura neoliberal, no se presta la debida atención al cuidado. Cuando las actividades esenciales del cuidado ―las que proporcionan lo que alimenta la vida, las que reparan situaciones difíciles, las que construyen mundos― no reciben el debido reconocimiento, la política se marchita, pierde su capacidad de promover una vida plenamente humana. Es hora de que la política se repiense a sí misma para convertirse en una política del cuidado.
A partir de un trabajo de campo que no salió a buscar libertarios sino que los encontró y supo escucharlos, en este libro se explican sus vasos comunicantes con las derechas tradicionales, así como su cuota de novedad: sostienen posiciones antiestatistas y anticasta, pero no son gorilas y se identifican con una pulsión plebeya, masiva y popular, que los lleva a disputar la batalla cultural contra lo que sienten como una hegemonía progresista mentirosa. Si Javier Milei saltó de los márgenes al centro, fue porque logró hablar el lenguaje de vastos sectores sociales que mientras la pandemia, la inflación y el internismo descarnado de la clase política los dejaban a la intemperie se hacían cargo de sí mismos, como cuentapropistas o trabajadores informales, esforzándose por salir adelante frente a la ausencia o discrecionalidad del Estado. A contrapelo de las reacciones de huida o negación, este libro es un llamado a la realidad: no se trata de clasificar a la derecha como quien completa un casillero de categorías zoológicas (fascista, autoritaria, etc.), sino de entender qué demandas, experiencias y sensibilidades heterogéneas la atraviesan, y qué responsabilidad le cabe a la política democrática si no quiere aislarse de la sociedad.