Alfaguara cumple sesenta años de aventura editorial. Desde sus comienzos, quiso ser un sello que interpretara su tiempo: la apuesta por la literatura española de los hermanos Cela, sus primeros directores, en la década de los sesenta; la traducción de la gran literatura internacional como impronta de la Alfaguara de Jaime Salinas en los setenta y primeros ochenta, cuando España se abría al mundo; la vocación panhispánica de la Alfaguara de Juan Cruz y Amaya Elezcano en los noventa y primeros albores del siglo xxi, cuando las editoriales españolas empezaron a ser las grandes protagonistas de la edición en nuestro idioma. La Alfaguara de hoy pretende mantener la herencia magnífica de su catálogo y, al mismo tiempo, descubrir el mejor talento literario tanto en nuestra lengua como en otros idiomas.
Para celebrarlo hemos querido que uno de sus directores históricos, Juan Cruz, contara la historia de la editorial en conversación con algunos de los autores más emblemáticos, de diferentes nacionalidades y generaciones. En las páginas de este libro conmemorativo son esos escritores y escritoras los que, al narrar la relación con su editor, están narrando también la historia de la Alfaguara que fue, pero, sobre todo, de la que es hoy.
Son tiempos, los nuestros, que reclaman una oferta literaria creativa y responsable, que fomente la diversidad de miradas y la libertad de pensamiento, que desempeñe un papel central en la búsqueda de ideas para hablar de las dificultades y los retos del mundo actual. En este contexto, ofrecer la mejor literatura para el mayor número de lectores sigue siendo nuestro principal desafío. -Pilar Reyes directora editorial
Ha habido muchos ladrones de arte a lo largo de la historia, pero ninguno como Stéphane Breitwieser. Él nunca robó por dinero, sino que sustraía solo aquellas piezas cuya belleza lo embelesaba, y exponía esos tesoros en un par de habitaciones secretas de su casa, donde podía admirarlos a su antojo. Nuestro ladrón tenía, además de una gran sensibilidad artística, una habilidad innata para burlar casi cualquier sistema de seguridad, y consiguió perpetrar un número asombroso de robos a plena luz del día, sin armas ni amenazas, mientras su novia distraía a los guardias de seguridad. Pero ese talento iba unido a un creciente desprecio por el riesgo y una necesidad adictiva de fijarse nuevos retos, ignorando las súplicas de su novia para que dejara de hacerlo, hasta que un último acto de arrogancia acabó con todo.
A lo largo de casi ocho años, Breitwieser recorrió museos y catedrales de toda Europa, donde robó más de trescientos objetos —entre ellos cuadros de Pieter Brueghel el Joven, Antoine Watteau o François Boucher— y llegó a acumular más de 1.400 millones de dólares en piezas de coleccionismo de primer nivel. En El ladrón de arte, un auténtico rompecabezas con giros que resultan casi increíbles, Michael Finkel explora con brillantez la emoción de los golpes que llevó a Breitwieser a seguir adelante y narra de manera genial la historia de este ávido coleccionista para quien los museos no eran más que prisiones donde el arte se encontraba recluido.
En estas páginas nos embarcaremos en un viaje inquietante a través de ocho crímenes, cada cual más terrible, con los que os mostraré y reflexionaré sobre la maldad y cómo puede infiltrarse en los sitios menos esperados.
Indagaré dentro de las mentes enfermas de asesinos, psicópatas, ególatras y monstruos, revelando, desde una perspectiva psicológica y científica, cuáles fueron sus motivaciones y más oscuros secretos que los llevaron a cometer estos crímenes imperdonables.
Y nos haremos preguntas incómodas y no siempre fáciles de responder:
¿Cómo es posible que personas con vidas aparentemente normales puedan infligir tanto dolor, incluso a sus seres queridos?
¿El mal existe realmente o es un intento de darle nombre a las sombras más oscuras de nuestras almas?
¿Podríamos llegar a cometer los actos más viles si nuestra vida hubiera sido diferente?
PREPÁRATE PARA MIRAR DIRECTO AL ABISMO.
Y TEN CUIDADO DE QUE NO TE DEVUELVAN LA MIRADA.