Desde hace más de un siglo, los efectos de una urbanización que está convirtiendo el mundo en una inmensa metrópolis son de una evidencia cada vez más palpable. Entre el París de la segunda mitad del siglo XIX y el Berlín de las primeras décadas del siglo XX se produjo una gran transformación urbana, un proceso decisivo dictado por las renovadas exigencias del capitalismo avanzado. El dogma del utilitarismo y el productivismo de la ciudad contemporánea provocaría una radical mutación social, política y antropológica, forjando una experiencia urbana que, en sus fundamentos, es la misma que seguimos viviendo hoy.
Si Simmel, Kracauer y Benjamin fueron los primeros en describir las peculiaridades de esa mutación, una generación de artistas, arquitectos, escritores y gran parte de la vanguardia, intuyendo las peligrosas consecuencias, trató de oponerse a ella, y se convirtió en parte activa del movimiento revolucionario. Una nueva idea del arte y de la felicidad se abrió paso, ensayada literalmente en las barricadas, en la convulsión de su tiempo, identificando el enemigo a combatir precisamente en la disciplina aniquiladora de las nuevas ciudades.
Este ensayo reconstruye la génesis del espíritu de la metrópolis capitalista, recuperando las voces de quienes trataron de concretar la idea benjaminiana de revolución como activación del freno de emergencia del tren del «progreso» lanzado hacia el abismo. Voces de un pasado reciente que siguen cargadas de una urgencia determinante.
Uno de los más sugestivos capítulos de la historia de España, por sus fines y logros, es el de las expediciones científicas españolas en el siglo XVIII, tanto en América, de Tierra del Fuego a California y Alaska, como en las vastas y poco conocidas aguas del Pacífico.
Desde la expedición del Meridiano de los jóvenes marinos Jorge Juan y Antonio de Ulloa, que fijó con claridad la forma y las dimensiones de nuestro planeta y dio origen al Sistema Métrico Decimal, hasta viajes a territorios desconocidos o poco explorados, para descubrir su fauna, su flora y la forma de vida, costumbres y creencias de sus habitantes.
Tal fue la importancia de los informes que aportaron esas expediciones, que se desarrollaron y ampliaron en años sucesivos con otros protagonistas; figuras como Celestino Mutis, Malaspina, Félix de Azara y tantos otros, hasta llegar a la primera experiencia de vacunación mundial que ha conocido la Historia, realizada por Francisco Javier Balmis, abierta incluso a naciones por entonces enemigas. Conquistas esenciales para el mundo que se iniciaron con el Descubrimiento de América y que hoy continúan con las expediciones organizadas por la Armada en la lejana Antártida.
Esta historia también empieza en un lugar de La Mancha. Allí, hace miles de años, surgió la primera sociedad hidráulica de nuestro continente. Mucho tiempo después la sed llenó esas tierras de vides, olivos y cereales. Entre ellos nació Virginia Mendoza, cuya historia personal y familiar está ligada sutil pero irremediablemente a la falta de agua. En este sorprendente libro recoge y conecta viejos y nuevos descubrimientos científicos con un sinfín de relatos heredados insólitos, emocionantes y llenos de vida que hablan de quiénes fuimos y quiénes somos hoy.
La sed nos persigue y nos impulsa, nos enseñó el arraigo y el desarraigo. Empujó a nuestros antepasados más allá de África y, decenas de miles de años más tarde, asentó a sus descendientes junto a los pocos ríos caudalosos que quedaban. Es posible que nos ayudara a inventar el pan, pero también nos hizo conocer el hambre. Asistió al origen de civilizaciones, y también a su colapso. Nos llevó a mirar al cielo, a unir estrellas, a crear dioses de la lluvia y a una curiosa convivencia entre la fe y la ciencia durante la Pequeña Edad de Hielo: mientras unos invocaban la lluvia con danzas y rogativas, otros fundaban disciplinas para predecirla, medirla y retenerla.
Escrito desde uno de los puntos menos lluviosos y más amenazados por la desertización de Europa, este libro nos conduce a un fascinante viaje por el mundo y la historia, así como por los retos a los que nos enfrentamos como especie. La sed nos une, nos divide y no ha dejado ni dejará de acompañarnos, pues somos agua en busca de agua.