¿De dónde viene la crisis política estadounidense? ¿Es algo nacido al abrigo del trumpismo o más bien una tendencia histórica? Por qué se rompió Estados Unidos parte de la insólita victoria de Trump en las urnas el 8 de noviembre de 2016. Un mandato que estuvo plagado de escándalos, disputas internas y fracasos legislativos, y acabó con una derrota que arrastró a una muchedumbre para dar el conocido golpe de Estado en el Capitolio. Este libro indaga con precisión y rigurosidad en el germen de este momento decisivo y explica sus raíces históricas, políticas e institucionales.
Roger Senserrich sostiene que Trump no es una anomalía. En realidad, su llegada al poder es fruto de un sistema político disfuncional que opera bajo una Constitución anticuada, que no resulta del todo suficiente para abordar los grandes temas que preocupan a los ciudadanos del siglo XXI. Es también producto de una guerra civil cerrada en falso y una democracia incompleta, que hasta la lucha por los derechos civiles de los años sesenta ni siquiera incluía a todos sus ciudadanos. Y es, sobre todo, consecuencia de una serie de decisiones del Partido Republicano bajo el mandato de Richard Nixon, así como de las leyes y los cambios institucionales que han acabado por polarizar la política americana hasta límites inéditos en los últimos doscientos años.
Los partidos políticos y la sociedad americana están cambiando a marchas forzadas, sedesdibujan las izquierdas y las derechas clásicas, surgen nuevos conceptos como lo woke... En este libro, Roger Senserrich esboza el futuro de un país en crisis que se juega dejar (o no) de ser referente del mundo occidental. ¿Hay motivos para el optimismo?
La crónica definitiva del intento de asesinar al zar Alejandro III, un complot en el que participó el hermano de Lenin.
En 1886, Alexander Uliánov, un brillante estudiante de biología, se unió a un pequeño grupo de alumnos de la universidad de San Petersburgo con el propósito de cometer un atentado contra el zar. La misión de los jóvenes
terroristas acabó en un estrepitoso fracaso, y cinco de ellos, incluido Alexander Uliánov, fueron ejecutados en la horca.
Alexander no hubiera pasado de ser otra baja más en la larga historia de los mártires rebeldes rusos de no haber sido por un detalle: su hermano menor, Vladimir, dirigió la revolución de octubre de 1917 bajo el sobrenombre que se asignó a sí mismo, Lenin.
Tras examinar la abundante documentación publicada y los archivos desclasificados por la Rusia post-soviética, Philip Pomper arroja luz sobre el misterio que ocupa el centro de esta historia. ¿Cómo es posible que en el seno de una familia respetable que educó y preparó a sus hijos para una carrera profesional pudieran aparecer tanto un terrorista como el líder de la revolución de octubre? Los hermanos Uliánov crecieron al resguardo de un padre estricto que les inculcó la importancia de la ciencia y del sentido del deber llevado hasta el punto del sacrificio de uno mismo. Pomper muestra también el contraste entre el tímido y serio Alexander y su alegre y alborotador hermano, Vladimir, que intentaría vengarlo y aprender los modos revolucionarios, y que lograría el éxito allí donde Alexander había fracasado.
Vivimos en una época de incertidumbre. En sociedades anteriores a la nuestra, los seres humanos han vivido con un futuro tal vez más sombrío, pero la estabilidad de sus condiciones vitales –por muy negativas que fueran– les permitía pensar que el porvenir no les iba a deparar demasiadas sorpresas. Podían pasar hambre y sufrir la opresión, pero no estaban perplejos. La perplejidad es una situación propia de sociedades en las que el horizonte de lo posible se ha abierto tanto que nuestros cálculos acerca del futuro son especialmente inciertos.
El siglo XXI se estrenó con la convulsión de la crisis económica, que produjo oleadas de indignación pero no ocasionó una especial perplejidad; contribuyó incluso a reafirmar nuestras principales orientaciones: quiénes eran los malvados y quiénes éramos los buenos, por ejemplo. El mundo se volvió a categorizar con nitidez entre perdedores y ganadores, entre la gente y la casta, entre quién manda y quién padece a los que mandan, al tiempo que las responsabilidades eran asignadas con relativa seguridad. Pero el actual paisaje político se ha llenado de una decepción generalizada que ya no se refiere a algo concreto sino a una situación en general. Y ya sabemos que cuando el malestar se vuelve difuso provoca perplejidad. Nos irrita un estado de cosas que no puede contar con nuestra aprobación, pero todavía más no saber cómo identificar ese malestar, a quién hacerle culpable de ello y a quién confiar el cambio de dicha situación.