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PODER EN EL SISTEMA

Luhmann enfatiza en el carácter relacional y comunicacional del poder, dirigido por un código que moviliza las relaciones entre las personas. La teoría clásica considera el poder como un bien apropiable, que uno puede tener como un bien material y, en consecuencia, también perder. La posesión puede, entonces, acumularse y hacerse durar. Sin embargo, este uso metafórico no basta para analizar más profundamente este tema. La tan fácilmente asible categoría de posesión esconde lo que hay que saber justo en el punto donde la pregunta tendría que empezar, pues ¿qué condiciones sistémicas tendrían que cumplirse para que el poder pueda llegar a ser una posesión, para que sea administrado como tal, transferido como una cantidad constante, aumenta-do y disminuido, y defendido contra peligros específicos? El poder es una manifestación del fenómeno más general de la influencia, es decir, una comunicación que se entiende como selección de las alternativas de A que implica una selección de las alternativas de B. Es una selección selectivamente condicionada. La función del poder puede ser así reescrita como la generalización de la relevancia de rendimientos decisionales individuales. Para esto se requiere reflexividad, un proceso incremental por medio del cual el poder se aplica a sí mismo y crece en el sistema más allá del poder individual de cada uno. Entonces, ya no es poder que unos ganan y otros pierden, sino que es Poder en el sistema.
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LA PLATA, LA ESPADA Y LA PIEDRA

Marie Arana, en un ejercicio por comprender el origen de las heridas aún abiertas de América Latina, entreteje con maestría las biografías de tres latinoamericanos contemporáneos con mil años de vívida historia. Sus vidas representan las tres fuerzas motrices que han moldeado, desde hace siglos, el carácter de una región: la explotación, la violencia y la religión. Así pues, conocemos a Leonor Gonzáles, una minera que vive en una pequeña comunidad situada a cinco mil metros de altitud en la cordilleraandina del Perú y que, como sus antepasados desde tiempos inmemoriales, trabaja escarbando las entrañas de la tierra para extraer pepitas de oro. A su alrededor, el analfabetismo, la desnutrición y las enfermedades reinan como hace quinientos años. Y ahora, al igual que entonces, la supervivencia de su gente depende de un vasto mercado mundial cuyas fluctuaciones se controlan en lugares remotos. A Carlos Buergos, un cubano que luchó en la guerra civil de Angola y que ahora vive en una tranquila comunidad a las afueras de Nueva Orleans. Carlos fue uno de los cientos de delincuentes que Cuba expulsó a Estados Unidos en 1980. Su historia es un eco de la violencia que ha atravesado Latinoamérica desde la época precolombina hasta la actual lucha contra el narcotráfico. Por último, a Xavier Albó, un sacerdote jesuita de Barcelona que emigró a Bolivia. Xavier se considera indio de cabeza y corazón y, por ello, es muy conocido en su país de adopción. Y aunque su objetivo se encuentra en las antípodas del proselitismo, es heredero de un pasado accidentado en el que los sacerdotes marcharon junto a los conquistadores con la misión de evangelizar el Nuevo Mundo. Desde entonces, la Iglesia católica ha desempeñado un papel central en la vida política de América Latina. El resultado, en una perfecta combinación entre el ensayo histórico, el reportaje y el análisis político, es el retrato vibrante de un continente cuya identidad ha sido siempre compleja.
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YO, COMANDANTE DE AUSCHWITZ

Este libro constituye uno de los documentos más sorprendentes de la historia: el testimonio en primera persona de un asesino en masa cuyas víctimas se cuentan por millones. El autor narra su vida, centrándose sobre todo en su etapa al frente del mayor campo de exterminio que haya existido: Auschwitz-Birkenau. Estamos ante un libro clásico, no por sus virtudes literarias ni por la grandeza de su autor, sino porque después de leer a Höss, negar el Holocausto no solo es inmoral sino estúpido. Aquí no caben interpretaciones porque el culpable confiesa el delito.
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