Una gran parte de los artistas visuales que desarrollan su trabajo en la actualidad viven en condiciones precarias y con muy pocos incentivos para su trabajo. Esa es una realidad conocida en el sector, y que se corresponde sociológicamente con el rol de marginalidad proverbial que ha caracterizado a lo largo del tiempo la escena del arte. Pero los artistas son testigos de nuestro mundo y ejercen su papel como peculiares activistas culturales. Aportan radiografías plurales, emblemas de una sociedad en cambio, expresan pautas de vida, generan huellas proyectadas hacia el futuro, atisban “lo nuevo”: son los creadores del patrimonio contemporáneo. El arte es un espacio de interrogantes donde afloran respuestas provocadoras a preguntas inquietas. El artista realiza su trabajo interpretando el mensaje de una difusa voluntad colectiva. Aspira a esa empatía y comunicación real: transmitir sentimientos y emociones propias para compartirlas. Pone sus ojos, su mirada, su corazón y sensibilidad al servicio de la sociedad: a la búsqueda de un latido común. El auténtico artista aporta oxígeno para respirar mejor.
Al comprar una casa en la isla de Hidra, la escritora Charmian Clift cumplió un sueño largamente acariciado: echar raíces en un puertecito de aguas cristalinas, luz cegadora y costumbres sencillas, lo más parecido a un paraíso en miniatura. Allí, Clift y su marido pronto ocuparon el centro de una comunidad de artistas y bohemios, soñadores y vagabundos que buscaban en Grecia una vida barata y sin ataduras, consagrada a la creación o a la vagancia. Entre ellos destacaría un todavía desconocido Leonard Cohen, al que el matrimonio acogió e inspiró con su ejemplo. Pero, como todo paraíso terrenal, el de Clift tenía un precio. Los días se le iban en poner coto al caos doméstico y en cuidar de sus tres hijos, los ingresos que generaban los derechos de autor eran exiguos, y las tabernas y el alcohol eran una distracción constante. Después de los pobres creativos llegaron los ricos y sus yates, y un buen día una legión de norteamericanos desembarcó en Hidra para rodar una película de Hollywood. Aquel rincón idílico se había convertido en una isla chic.
Los buscadores de loto es la crónica apasionante del nacimiento y la disolución de una utopía, de una época efervescente en la que Hidra fue un laboratorio social y artístico en el que experimentar con formas de vida distintas, antes de que el turismo y la modernidad más ramplona interrumpieran un sueño que parecía eterno.
La biografía de referencia de la mejor actriz viva de Hollywood, ganadora del premio Princesa de Asturias de las Artes 2023.
A primera vista, nada diferencia a la joven rubia de pómulos perfectos que en 1975 se gradúa en la escuela de arte dramático de Yale del resto de las aspirantes a actriz de su generación: es guapa de un modo no convencional, va en bicicleta a todas partes, escribe un diario, dormita antes de actuar y sale hasta las tantas. Y, sin embargo, Meryl es distinta y pronto resulta evidente para todos.
Ya en su primera temporada en Nueva York consigue actuar en Broadway, ser nominada a los Tony y aparecer en las veraniegas representaciones de Shakespeare en Central Park. Antes de cumplir los treinta, actúa en películas míticas como El cazador, Manhattan y Kramer contra Kramer, por la que gana su primer óscar. Su vida privada, entretanto, sufre un trágico vuelco: la muerte de su primer gran amor, el también actor John Cazale, a causa de un cáncer. En pleno duelo, conoce al escultor Don Gummer, con el que se casa seis meses más tarde.
Este es un retrato íntimo de los años que forjaron la carrera de la mejor actriz viva de Hollywood, la historia de cómo se gestó y llegó a su plenitud una de las trayectorias artísticas más reverenciadas de nuestro tiempo y una mirada única a la vida de una mujer en el momento en el que estaba a punto de convertirse en lo que es hoy: un icono.