El hormigón encarna la lógica capitalista. Es el lado concreto de la abstracción mercantil. Como ella, anula todas las diferencias y es más o menos siempre lo mismo. Producido de forma industrial y en cantidades astronómicas, con consecuencias ecológicas y sanitarias desastrosas, ha extendido su dominio por el mundo entero, asesinando las arquitecturas tradicionales y homogeneizando todos los lugares con su presencia.
Monotonía del material, monotonía de las construcciones que se edifican en serie conforme a algunos modelos básicos de duración muy limitada, tal como establece el reinado de la obsolescencia programada. Al transformar definitivamente la edificación en mercancía, este material contribuye a crear un mundo en el que ya no nos encontramos a nosotros mismos. Por eso había que rastrear su historia; recordar los designios de sus numerosos paladines —de todas las tendencias ideológicas— y las reservas de sus pocos detractores; denunciar las catástrofes que provoca en tantos ámbitos; poner de manifiesto el papel que ha desempeñado en la pérdida de ciertas destrezas y en el declive de la artesanía; y en último término, demostrar cómo dicho material se inscribe en la lógica del valor y del trabajo abstracto. Esta implacable crítica del hormigón, ilustrada con abundantes ejemplos, es también —y quizá sobre todo— la crítica de la arquitectura moderna y del urbanismo contemporáneo.
El doctor Mukwege, galardonado con el Premio Nobel de la Paz en 2018, ha sido testigo de una destrucción inimaginable, de un dolor que nadie debería sentir jamás, y ha salvado incontables vidas aun a riesgo de perder la suya en varios atentados. Su incansable labor para curar a las supervivientes de la violencia sexual en su país, el Congo, asolado por las guerras, le ha hecho merecedor del reconocimiento como defensor mundial de los derechos de las mujeres. En su libro, en parte autobiografía y en parte un llamamiento contra la violencia sexual en tiempos de paz y de guerra, Mukwege destaca el papel de las extraordinarias mujeres que le formaron y le inspiraron. En él narra una historia de lucha y sufrimiento, pero también de esperanza y resiliencia. Ha visto a miles de mujeres al borde de la muerte y ha escuchado sus desgarradoras historias, pero también ha sido testigo de cómo sanaron, compraron tierras, montaron empresas y contribuyeron a reconstruir sus destrozadas comunidades. El libro denuncia asimismo las violaciones y la violencia sexual que sufren las mujeres en lugares como Estados Unidos, Europa y Asia, enfatizando en todo momento el maltrato al que se enfrentan las mujeres en los hogares y las calles de todos los rincones del mundo. Finalmente, el doctor Mukwege apela a los hombres, guiándoles y alentándoles a convertirse en aliados en la lucha contra los abusos sexuales. A través de su ejemplo personal y sus ideas, confía en inspirar una nueva forma de «masculinidad positiva»: un cambio en la conducta y la actitud de los hombres que contribuya a construir unas sociedades más inclusivas y con mayor igualdad de género.
Este libro nos descubre al Todorov más implicado con el presente, en la línea de El miedo a los bárbaros. Los enemigos íntimos de la democracia denuncia que los peligros que acechan a las democracias occidentales no son tanto externos, como se nos ha querido hacer creer invocando el terrorismo islamista, los extremismos religiosos o los regímenes dictatoriales, sino internos. Todorov argumenta que nadie pone tanto en peligro la democracia como tres tendencias crecientes en el mundo occidental, empezando por los Estados Unidos: el mesianismo (que dio lugar a la invasión de Irak y a otros intentos de imponer por la fuerza la democracia en el mundo), el ultraliberalismo (el imperio de la economía por encima de la política, el poder de los medios de comunicación, el desmantelamiento del estado del bienestar) y el populismo y la xenofobia (el miedo al extranjero, el aumento del nacionalismo excluyente). Así pues, el enemigo está en nosotros mismos. Todorov llama a resistir y propone la necesidad de una «primavera europea» que ponga fin a estas derivas desde el convencimiento de que quien decide nuestro destino no es sino la suma de nuestras voluntades.