El poema toca la vida. Quizá porque, como en la vida, en cualquier obra de arte el sentido no es algo dado, sino algo que hay que encontrar, asignar o estar en disposición de recibir. En este ensayo, Mariano Peyrou investiga las maneras en que determinadas obras intentan suprimir la distancia entre el arte y la vida e integrar el ámbito de la obra y el de lo real. Para alcanzar una mayor espontaneidad, una mayor naturalidad, a veces se pone el foco, más que en el producto, en el proceso creativo; para generar un espacio más libre y dinámico, a veces la atención se centra en el impulso creador. Se trata de una aspiración antigua, que puede rastrearse desde los orígenes de nuestra cultura, pero que se manifiesta con gran intensidad y de un modo nuevo a partir del siglo pasado.
Salvador Rueda es el creador de un nuevo tipo de urbanismo, el urbanismo ecosistemico, y de una nueva celula urbana: la supermanzana, la base de un nuevo modelo de movilidad y espacio público que prioriza tanto la circulación de peatones y bicicletas como del transporte público y reduce la contaminación, el ruido, las islas de calor& x02026;
Mientras se encuentra inmersa en la escritura del prólogo para una antología de artículos sobre Marcel Proust, Laure Murat topa con una escena de Downton Abbey en la que un mayordomo pone la mesa midiendo la distancia entre cubiertos con ayuda de una regla. Esta diminuta ceremonia, ejecutada con solemnidad sacramental, evoca en Murat, desde lo más recóndito de su memoria, una figura arcaica: las puras «formas vacías» que rigen el entorno aristocrático; el principio sobre el que se equilibra toda una casta, su casta. Porque lo que Murat reconoce en esa atención a las cosas inútiles es, a su pesar, una parte de sí misma, descendiente al mismo tiempo de los Luynes y de los Murat, dos célebres y centenarias dinastías francesas.
A raíz de esta pequeña epifanía, y guiada por la fascinación que despertó en su juventud la lectura de En busca del tiempo perdido, acabará emprendiendo una revisión de su propio y muy proustiano pasado que la llevará, a su vez, a explorar la vida y obra de Proust a través de una historia y un París que no le son nada ajenos: dos universos vinculados sin solución de continuidad, pues «el mundo pasado en el que crecí seguía siendo el de Proust, que había conocido a mis bisabuelos, cuyos nombres aparecen en su novela».