Nosotros que luchamos con Dios nos guía a través de los grandes relatos bíblicos de rebelión, sacrificio, sufrimiento y triunfo que han moldeado nuestra psique y nos han unido como civilización. Con un análisis fascinante y profundo, el pensador más influyente de la actualidad explora la caída eterna de Adán y Eva, el crimen de Caín, el arca de Noé, el colapso de la torre de Babel y el viaje de Moisés. ¿Qué significan estas historias y qué papel desempeñan en nuestra existencia? ¿Qué fuerza las escribió y transmitió a lo largo de los siglos? ¿Qué enseñanzas pueden ofrecernos hoy en día? Este libro nos invita a redescubrir los episodios bíblicos fundamentales que, incluso en la actualidad, iluminan las zonas oscuras de nuestra sociedad y responden a las grandes preguntas de la humanidad. Ha llegado el momento de entender estas cuestiones, tanto científica como espiritualmente, de tomar conciencia de la estructura de nuestras almas y nuestras sociedades.
Los presidentes en Latinoamérica tienen muchísimo poder… para emboscar a sus rivales, complotar, ocultar y robar. Pero, contra lo que suele creerse, disponen de muy poco margen de maniobra para hacer el bien. ¿Quién ha logrado reducir de forma sustancial los índices de violencia, por ejemplo? ¿Alguien ha conseguido acabar con el crimen organizado, consolidar las instituciones democráticas, fortalecer los contrapesos del sistema político o reducir la pobreza de forma radical y duradera en el tiempo?
Javier Moreno, exdirector del diario El País, conversó con siete expresidentes latinoamericanos y con decenas de altos cargos, quienes dieron pistas sobre los límites y la impotencia de la acción política, sobre cómo se gobierna la región en realidad, cuáles son los verdaderos retos de la gobernanza, así como sobre las fuerzas que desde la oscuridad inciden en la vida de 650 millones de seres humanos.
A finales del siglo IV a. C. Epicuro fundó una escuela filosófica del todo opuesta al idealismo platónico imperante. Desde una perspectiva mucho más empírica y natural, su doctrina reivindicó el papel de los sentidos (única fuente de sabiduría posible) y la búsqueda del placer para alcanzar la felicidad (único objetivo final). Este hedonismo, sin embargo, debía acompañarse de cierta ética, capaz de distinguir placeres buenos (o «naturales», como comer o dormir) y malos (o innecesarios y vanos, como beber sin sed o buscar la lujuria). De aquí la necesidad de la filosofía, cuya práctica defendió Epicuro durante toda la vida: «porque para alcanzar la salud del alma, nunca se es ni demasiado viejo ni demasiado joven».