El mundo, y la economía, han cambiado más en los últimos tres años que en las tres últimas décadas. Cuando no habíamos terminado de pagar el coste de la gran crisis financiera de 2008, llegó la peor pandemia en un siglo, que causó millones de muertos en todo el mundo, la introducción de las mayores restricciones a la libertad que nadie recuerda y un daño económico brutal. Además, nos hemos vuelto a encontrar con una guerra en Europa, la invasión rusa de Ucrania.
Todo esto ha supuesto que nos enfrentemos, otra vez, a una crisis energética justo cuando empezábamos a emprender una transición ecológica hacia un mundo con menos emisiones. Este panorama nos ha conducido, en España y en toda Europa, a la inflación y al empobrecimiento.
Tanto en la tradición griega como en el Antiguo Testamento, «pecado» significaba desviarse de la dirección correcta. La gula, en este contexto, sería una desviación de la manera correcta de comer y, consecuentemente, para poder hablar con propiedad de la gula, antes se ha de conocer en qué consiste ese modo correcto de alimentarse. Este libro se apoya en la tradición literaria –desde los líricos griegos arcaicos hasta los poetas malditos, pasando por la Biblia y las novelas de caballería– para entender el modo en que se ha interpretado ese buen comer bueno en Occidente y cómo, en muchas ocasiones, no se ha formulado como una mera prohibición, sino como la búsqueda de un equilibrio.
Hay uno entre los pecados capitales tradicionales que quizá no debería figurar en la lista, porque muchas personas no lo han experimentado. Es capital, sin duda; pero no tan general como la soberbia, la lujuria, la gula o la envidia. La avaricia, en efecto, no es simplemente el deseo de posesiones, bienes, dinero, honras; hasta ahí se trataría más bien de codicia, no en el sentido original que tenía la cupiditas latina, sino entendida como solemos hoy en español: como un ensayo más o menos serio de empezar a ser avaro. La avaricia es más bien, como dice santo Tomás, immoderatus amor habendi; y esa inmoderación solo puede albergarla el que la está realizando.