La vida de Pedro Salinas, como acertadamente indica la profesora Escartín Gual, sugiere una vida de novela más que la de un hombre de letras. Aventajado profesor y catedrático en varias universidades europeas y americanas, su obra excede a cualquier encasillamiento académico, pues cultivó todos los géneros literarios posibles: prosa narrativa, teatro y crítica filológica de la mejor, más clarividente e integradora de campos, épocas y autores literarios. Pero, sobre todo, fue un extraordinario poeta que ha legado a la historia de la literatura española la trilogía amorosa más importante del siglo XX. Antes de salir de España para cumplir su contrato en la universidad norteamericana de Wellesley ejerció como investigador en el Centro de Estudios Histórico dirigido por Ramón Menéndez Pidal y colaboró con el entonces ministro, Fernando de los Ríos, en la fundación de la Universidad Internacional de Santander, de la que asimismo fue su primer secretario. Una vez fuera de su país se vio obligado a permanecer en Estados Unidos hasta su muerte, con el paréntesis de los tres años de profesor visitante en la Universidad de Puerto Rico.
Pocas cosas suscitan hoy tanto interés como el humor, tal vez porque lo echamos mucho en falta en una sociedad generalmente seria y malhumorada, incapaz de elevarse sobre las cosas con la fina distancia y el placer inteligente que ofrece el humor, capaz de hacernos ver lo oculto, desnudar lo solemne y señalar lo falso. Una categoría, el humor, cuyo carácter y definición se persiguen en este libro (a sabiendas de que es imposible) transitando por libros y autores que le han prestado atención e intentando hacerlo, también, con cierto humor. Un humor que se distingue de lo cómico, lo gracioso o del puro chiste y se convierte en una auténtica posición ante la vida. Algo que tiene más que ver más con el corazón que con la cabeza, como nos recuerda Wenceslao Fernández Flórez, miembro de la generación más brillante de humoristas españoles, un autor que se reivindica y al que se sigue en el desarrollo de este libro. Un humor, por fin, que se rebela frente a la rigidez y el automatismo, como señala Bergson, y que ofrece el consuelo al abatido yo por las penalidades que nos inflige la vida, como no escapó a Freud.
El asesino en serie más brutal de la historia de Argentina se hacía la ilusión de que realizarían una película basada en su vida, dirigida por Quentin Tarantino y protagonizada por Leonardo DiCaprio. Su caso, como tantos otros tratados en Los impostores, muestra una descomunal necesidad de reconocimiento. Estas extrañas y aberrantes formas de hacerse visible ante los demás surgen en un momento en que las palabras parecen insuficientes para proporcionar la conciencia de tener un lugar en el mundo. La principal carencia de estas vidas tiene que ver con una merma en su facultad de hablantes. Su propio lenguaje se muestra limitado a la hora de dar un sentido a sus vidas.