¿Nos estamos convirtiendo en la madrastra de Blancanieves? En la era Instagram, nuestro espejo mágico es la pantalla y la belleza la dictaminan los likes. En La sala de los espejos, Liv Strömquist se pregunta hasta qué punto la dictadura de la imagen ha minado la relación con nuestros cuerpos.
Siempre ácida e irreverente, la autora nos lleva del mito bíblico de Jacob hasta los motivos del éxito de influencers como Kylie Jenner o Kim Kardashian, pasando por la última sesión de fotos de Marilyn Monroe, la obsesión de la princesa Sissi por el ejercicio físico o el robo del busto de Nefertiti.
Strömquist nos regala un libro profundamente documentado en el que nos acompañan su trazo inimitable y las teorías de Susan Sontag o Eva Illouz para desentrañar el canon que nos esclaviza e intentar encontrar algo real entre tanto filtro.
El tesoro de Tutankhamón es uno de los temas más fascinantes de la egiptología, pero la biografía de quienes sacaron a la luz el increíble mundo del antiguo Egipto no se queda atrás. En Cosas maravillosas no solo se habla del Faraón Niño y del contexto en el que vivió, sino también de la empresa arqueológica más grande de todos los tiempos: la expedición que culminó con el hallazgo de su sepultura intacta el 4 de noviembre de 1922 gracias a Howard Carter y Lord Carnarvon.
Por entonces, la ciencia de la egiptología tenía apenas un siglo de existencia, y se enfrentaban a un reto histórico de enorme complejidad. Aquí revivimos aquella aventura incomparable que conjugó intereses políticos, problemas de conciencia y grandes avances científicos.
«Bastó que muriera para que todos los odios se convirtieran en veneración, todas las calumnias en plegarias, todos sus hechos en leyenda. Muerto, ya no era un hombre sino un símbolo. La América Latina se apresuró a convertir en mármol aquella carne demasiado ardiente, y desde entonces no hubo plaza que no estuviera centrada por su imagen, civil y pensativa, o por su efigie ecuestre, alta sobre los Andes. Por fin en el mármol se resolvía lo que en la carne pareció siempre a punto de ocurrir: que el hombre y el caballo se fundieran en una sola cosa.
Aquella existencia, breve como un meteoro, había iluminado el cielo de su tierra y lo había llenado no solo de sobresaltos sino de sueños prodigiosos.»
William Ospina