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LOS VICIOS ORDINARIOS

Este libro constituye una deambulación por un campo de minas moral, no una marcha hacia un destino concreto, y, según la autora, con ese espíritu conviene leerlo. Si los siete pecados capitales del cristianismo representan los abismos del carácter, los «vicios ordinarios» de los que nos habla aquí Shklar —la crueldad, la hipocresía, el esnobismo, la traición y la misantropía— son los bajíos traicioneros que tienen una dimensión no solo privada, sino también pública, y que nos hacen caer en la mezquindad y la inhumanidad. Para abordar la cuestión, la autora se basa en una gran variedad de escritores: Molière y Dickens nos hablan de la hipocresía; Jane Austen, del esnobismo; Shakespeare y Montesquieu, de la misantropía; Hawthorne y Nietzsche, de la crueldad; Conrad y Faulkner, de la traición. Además, nos encontraremos con Montaigne, «el héroe de este libro», quien, en espíritu, está presente en cada una de sus páginas. Él antepuso el rechazo de la crueldad, y de él aprende la autora lo que se deriva de esa convicción. Shklar examina las consecuencias destructivas de todos estos vicios, las ambigüedades de los problemas morales que plantean al ethos liberal y sus implicaciones para el gobierno y los ciudadanos: el liberalismo, lejos de representar una amoral ley de la selva, es una doctrina restrictiva y difícil, que exige de nosotros la capacidad de soportar la contradicción, la complejidad, la diversidad y los riesgos de la libertad.
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LA HERENCIA DE ROMA. CIVIS ROMANUS (OF2)

Soluciones de la Roma antigua para el mundo de hoy. El legado romano En más de un aspecto de nuestras vidas, seguimos siendo ciudadanos de Roma. El Imperio romano ha sido, sin lugar a dudas, el más duradero e influyente de la Historia, hasta tal punto que, de hecho, es responsable de lo que hoy llamamos «cultura occidental». A lo largo de la historia, son muchos los reinos, imperios o naciones que han desaparecido dejando como único recuerdo fechas, batallas y monumentos. Por el contrario, Roma nos legó una civilización, en el completo sentido de la palabra. Con este libro curioso, los Manfredi nos iluminan en la huella y herecia de la antigua Roma en nuestros días, aún tan evidente, pues, en realidad, sobre sus cimientos hemos construido los pilares de nuestro mundo contemporáneo. Y lo cierto es que debemos sentirnos orgullosos de ser sus herederos. Roma nos enseñó el mundo como lo entendemos hoy: el código civil, las leyes y el Estado del bienestar, la política y la democracia, e incluso cuestiones tan actuales como las pandemias, el racismo, la corrupción o los cambios tecnológicos… Todavía hoy vivimos conforme a sus leyes, nos aprovechamos de sus sistemas de comunicaciones, de sus poderosas e ingeniosas técnicas de construcción y hablamos (casi) su idioma. Somos sus ciudadanos, y suya es nuestra civilización. Sin duda, si se sabe leer su historia, la epopeya de Roma puede ahuyentar las tinieblas que muchas veces nos envuelven, iluminar el presente y ayudarnos a construir el futuro.
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LOS USOS DEL DESORDEN

En 1970, ante la incierta resaca dejada por el ciclo de protestas que había sacudido Occidente en 1968, Richard Sennett rastreó los orígenes de este malestar hasta las ciudades modernas en que moraban quienes lo padecían. Sería así como daría con el que sería uno de los principios rectores de todo su trabajo posterior: frente al afán regulador que había caracterizado toda la historia del urbanismo, la auténtica riqueza de las ciudades residía precisamente en el carácter caótico e incierto de su naturaleza desordenada, y solo las formas urbanas que fomentasen esta espontaneidad serían capaces de generar una comunidad política abierta, libre y vibrante. Cincuenta años después de su publicación, "Los usos del desorden" sigue siendo un texto fundamental para comprender la influencia que los espacios que habitamos ejercen sobre nuestro desarrollo personal y social, pero sobre todo para encontrar las vías por las que escapar de sus peligros reivindicando los efectos positivos que ciertas formas virtuosas de desorden pueden tener en nuestras vidas. Prólogo de Pablo Sendra
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