Desde sus orígenes en Siria y Mesopotamia (que no en Atenas) hasta hoy, pasando por sus momentos de mayor fervor revolucionario en Francia y América, la democracia ha cuestionado siempre las formas estereotipadas de entender quién ha de ostentar poder y privilegios, y por qué. La democracia nos invita a llevar a cabo un acción radical: considerarnos iguales y decidir por nosotros mismos sobre nuestra vida y nuestro futuro.
John Keane rastrea cómo surgió y evolucionó este concepto, desde las primeras democracias asamblearias hasta nuestra democracia “monitorizada”, término que hace referencia al actual sistema, en el que los políticos no responden frente a los votantes solo el día de las elecciones, sino que se encuentran sometidos a un constante escrutinio (monitoreo) ante la opinión pública por efecto de los medios de comunicación. Si bien, según Keane, esta es la forma de democracia más compleja e intensa desplegada hasta el momento, no se halla exenta de amenazas. En una época de crisis continuas y en la que en el escenario político global apuntan formas nuevos déspotas, demagogos y oligarcas, se vuelve más necesario que nunca avivar el potencial radical de la democracia. En estas páginas el lector encontrará nuevas y sólidas razones para defender este valioso ideal.
Un ensayo para pensar el futuro de la cultura y cómo esta puede cambiar el mundo.
En pocos momentos como en el actual, la cultura ha gozado de tanto crecimiento como de tan mala consideración o indiferencia. Parece que ha sido relegada a un mero acto de consumo, en vez de ser un espacio de creación de lazos y comunidad. Por este motivo, y dada la urgencia, nace este libro: para repensar la cultura y hacerla nuestra, aceptando todas sus dimensiones, incluso aquellas que hemos olvidado. Debemos resituarnos frente a ella no solo posicionándonos como consumidores, sino como agentes que la potencian en los espacios cotidianos, y así volver a interpelarnos y compartirla con aquellos que nos rodean.
Cultura ingobernable parte de las nociones históricas sobre la cultura para llegar a una concepción transversal y amplia en la que trabajar todos juntos para fortalecer el tejido social. El fenómeno cultural no constituye nada extraordinario ni necesariamente privado o ligado al tiempo de ocio exclusivamente; sus diversas manifestaciones han de estar vinculadas a la cotidianidad y deben ser un proyecto colectivo; una práctica inacabada, pero también inagotable.
En la noche del 27 al 28 de octubre de 1910, Tolstói, de ochenta y dos años, abandona a su esposa e hijos y parte de incógnito en un vagón de tren de segunda clase. Desafortunadamente una enfermedad obligará al gigante de las letras rusas a detenerse en la pequeña estación de Astapovo, un diminuto pueblo perdido en el inmenso imperio ruso que en pocas horas se convertirá en el centro del mundo. Bajo la atenta mirada de las fuerzas policiales (preocupadas de que la muerte del "amigo del pueblo" pueda ser un pretexto para el desorden) y la mirada "maternal" de la Iglesia ortodoxa (que no pierde la esperanza de ver regresar al gran excomulgado a ella), a Astapovo acudirán periodistas, fotógrafos y camarógrafos, así como amigos, discípulos y familiares de Tolstói. Durante seis días -seis días que mantienen al mundo en vilo- la prensa dará a conocer los más mínimos detalles de la historia: por primera vez un hecho privado pasa a convertirse en un acontecimiento público.