El realismo político no es una doctrina en sentido estricto, sino una perspectiva que cada época hace suya y remodela: el mundo griego con Tucídides, Maquiavelo en el Renacimiento, Hobbes en un nuevo modelo racionalista, hasta llegar a Hegel, Marx, Nietzsche, Weber o Schmitt. Su primera enseñanza es que hay que ver a los actores dentro de un campo de tensiones e intereses en el que son fuertes o débiles, vencedores o vencidos. Mantener los peligros del mundo a raya requiere diagnósticos articulados y estrategias de amplio alcance, siendo conscientes de que, puesto ante el umbral extremo de la irracionalidad humana como se expresa también en nuestro tiempo, incluso el realismo está destinado a quedarse sin argumentos.
Me acerqué a El regreso del hijo pródigo de Rembranndt como si se tratara de mi propia obra: un cuadro que contenía no sólo lo esencial de la historia que Dios quería que yo contara a los demás, sino también lo que yo mismo quería contar a los hombres y mujeres de Dios. En él está todo el evangelio. En él toda mi vida y la de mis amigos. Este cuadro se ha convertido en una misteriosa ventana a través de la cual puedo poner un pie en el Reino de Dios.