No hay nada que temer porque todo es peligroso. Solo este aprendizaje podrá quizás reconciliarnos con la prodigiosa amplitud del acto de pensamiento. El peligro nos rodea, habita en nuestro quehacer cotidiano y nos angustia cuando se nos escapa. Ante esto solo buscamos una cosa: seguridad. Pero este reclamo no proviene de nosotros, abrumados por la realidad que nos sobrepasa. El miedo es ante todo un vasto proceso político de definición, en el que lo que está en juego es ni más ni menos la posibilidad de una distinción entre lo pensable y lo impensable. En un texto lleno de virtuosismo, en el que combina música y derecho romano, filosofía e historia, psicoanálisis y teología, Laurent de Sutter nos recuerda hasta qué punto temer el peligro es hacerse eco del temor de un poder para el que la seguridad es la mejor manera de perpetuarse. «Elogio del peligro» permite mantener las puertas abiertas a la posibilidad y al registro de lo probable. Es preciso, aprender a vivir con el peligro cada día, explorando y ampliando nuestros propios límites, para poner en entredicho las fuerzas soberanas que en pro de la seguridad nos constriñen. Nunca es a nosotros a los que el peligro debe espantar, sino a los que les gustaría administrar nuestro mundo como lo hace un propietario con su casa, de la que seríamos simplemente ocupantes ciegos e impotentes.
En el presente ensayo de investigación, Joana Masó y Eric Fassin reivindican el legado de la artista y poeta alemana Elsa von Freytag-Loringhoven (1874-1927) cuya figura los historiadores de las vanguardias olvidaron y no se la reconoció dentro del movimiento esencialmente masculino que fue dadá. Podría decirse que la baronesa von Freytag-Loringhoven dio cuerpo a la vanguardia neoyorquina de principios del siglo XX: creó piezas con objetos encontrados; fue modelo lejos de la figura de una musa y performer en acciones de denuncia contra los postulados artísticos de sus contemporáneos. Llevó a cuestas un momento de la vanguardia que no llegó a hacer historia y del que también participó Marcel Duchamp de manera fugaz: ambos desafiaron la fascinación por la autoría y el mercado del arte.
Pese a que muchos así lo consideremos, no es lo mismo emoción que sentimientos. Las emociones son vivencias con rostro (miedo, ira, alegría, tristeza, asco, y sorpresa) y las podemos distinguir físicamente. No se aprenden, forma parte de nuestra herencia biológica y son reconocibles por cualquier persona en cualquier parte del mundo. Un ciego de nacimiento nunca ha visto una expresión de miedo o alegría, pero la expresará de una forma común a todos nosotros. Cuando esas emociones básicas se mezclan, se tramitan en el cerebro, se convierten en sentimientos (amor, fe, orgullo, culpa?). Éstos son menos intensos que las emociones, pero mucho más duraderos.