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ES REAL LA REALIDAD

La manera más peligrosa de engañarse a sí mismo es creer que existe una sola realidad. De hecho, existen innumerables versiones y pueden llegar a ser muy opuestas entre sí. Todas ellas son el resultado de la comunicación. Paul Watzlawick afirma que en las relaciones humanas y en la interpretación de las mismas no existen verdades sencillas, y que lo «normal» en una cultura , y más aún en culturas diferentes, es que no se dé la uniformidad, sino la diversidad de formas de acción e interpretación de los individuos concretos. Con ello, lo que es real para unos, puede que no lo sea para otros. Con un estilo ameno y coloquial y con numerosos ejemplos tomados de los más diversos campos, el autor nos describe, expone o traduce a un lenguaje fácilmente comprensible los complejos problemas de la concepción de la realidad y de la acomodación a la misma.
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ESCIPION EMILIANO

Cartago, Numancia. Dos ciudades, dos nombres, que despertaban pesadillas en los romanos del siglo II a. C., recordando los aciagos días en que Aníbal puso contra las cuerdas a sus abuelos y el rosario de derrotas que los celtíberos habían infligido a las legiones en Hispania. Fue Publio Cornelio Escipión Emiliano quien, de una vez por todas, exorcizó esos miedos: Cartago fue arrasada hasta los cimientos, después de un atroz asedio, y Numancia claudicó, su orgullo doblegado ante la tenacidad implacable de un hombre decidido a hacer honor a su estirpe. Porque Escipión Emiliano perteneció a la más laureada aristocracia romana, hijo del Emilio Paulo que conquistó Macedonia y nieto por adopción del primer Africano, el vencedor de Zama. Escipión Emiliano estuvo a su altura, siendo dos veces cónsul y censor, y ganando en el campo de batalla los dos apodos por los que pasó a la posteridad: Africano y Numantino.
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ESCLAVOS DEL ALGORITMO

¿Dejarías tu vida en manos de un algoritmo? Todos lo hemos hecho ya. A ciegas, sin querer. Si nos lo hubieran preguntado antes, si nos hubieran advertido en la letra grande de los riesgos y las repercusiones de delegar decisiones en la inteligencia artificial, quizá habríamos resuelto otra cosa. Somos, en cierto modo, marionetas del algoritmo, aunque no necesariamente de la manera que imaginamos. Pero quienes manejan los hilos no están hechos de silicio, sino de carne y hueso.
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