¿Todos somos filósofos? ¿Para qué sirve la filosofía? ¿Qué es la ciencia? ¿Se puede hablar de una «ciencia unificada»? ¿Qué es el poder político? ¿Sabríamos definir la idea de Libertad? ¿De qué se ocupa la bioética? ¿Hacen política los chimpancés? ¿Es posible el totalitarismo en política? ¿Existen los derechos naturales? ¿Es la religión «el opio del pueblo»? ¿Qué son los númenes?
Todos disponemos de conocimientos de ética, de moral y de política porque, en caso de no tenerlos, ni siquiera podríamos actuar. La prueba está en que en la plaza pública -en las sobremesas familiares, en la barra del bar, en las redes sociales- todo el mundo discute sobre temas relacionados con la ética, la moral y la política. No son cuestiones reservadas para los especialistas en ética, para los politólogos o para los profesores universitarios, sino asuntos públicos. Pero filosofías no hay una sino muchas, y algunas filosofías explican los fenómenos de la realidad con mucha mayor potencia que otras. Todos y cada uno de nosotros nos marcamos unas exigencias de hasta qué punto queremos aclarar nuestra forma de interpretar el mundo.
Platón enseñaba paseando y su Academia se hallaba en un bosque sagrado. Aristóteles daba sus charlas en un parque y su escuela, el Liceo, recibía ese nombre por su sombreada arboleda. Los romanos cultos acudían a los jardines para conversar y estudiar. Los jardines pueden consolar, calmar y elevar el ánimo, pero también pueden desconcertar y provocar, y este es el valor filosófico que se ha perpetuado hasta la era contemporánea.
Esta fascinante obra explora la relación íntima de grandes figuras históricas -entre otros, Proust, Rousseau, Orwell o Dickinson- con plantas, árboles y flores que tanto amaban (y en ocasiones tanto detestaban) y revela los profundos pensamientos que se llevaron a cabo al aire libre. Jane Austen buscaba el consuelo de la perfección entre el filadelfo y la peonia de su casita de campo. Los manzanos helados de Leonard Woolf le sugerían justo lo contrario: un atisbo de la precaria brutalidad del mundo. La escandalosa autora francesa Colette descubrió la paz contemplativa en las rosas. Años más tarde, Jean-Paul Sartre describía la náusea provocada por un castaño: un grito existencialista que congregó a una generación.
Los jardines son una manifestación de la naturaleza al tiempo que la metáfora de la naturaleza humana, de allí su esencia filosófica y la belleza de este libro.
«He llegado a Lisboa, pero no a una conclusión», escribía Fernando Pessoa en su «Libro del desasosiego». Y es que el viaje siempre tiene un punto de llegada, pero ser pasajero es estar suspendido en la grieta entre destinación y destino, realidad y ensoñación.
Michael Marder ahonda en los intersticios de la aventura del viaje y ofrece una novedosa guía filosófica sobre la «condición de pasajero», sea en trayectos de larga distancia, sea en desplazamientos cotidianos. Ser pasajero no es sólo un trámite o una metáfora, pues constituye una experiencia universal que nos enfrenta con el tejido de nuestra propia existencia humana: el tiempo, el espacio, el aburrimiento, nuestro sentido del yo y nuestra cognición del mundo.
La profunda indagación que presenta Filosofía del desistir reivindica, a través de la mirada histórica y filosófica, el regreso de la contemplación como parte fundamental del conocimiento; y este retorno únicamente puede procurarse desde el diálogo profundo entre Occidente y Oriente, que ya tuvo momentos de enriquecimiento mutuo en etapas claves del pasado determinantes para nuestra mirada. Los parlamentos propuestos van hilando el camino, partiendo, en un primero, de la concepción del sujeto y el acercamiento a la naturaleza de la conciencia desde la filosofía de Nietzsche y los textos budistas del Abhidhamma, para seguir el recorrido, en parlamentos posteriores, a través del pensar nietzscheano y las distintas etapas de la filosofía de Martin Heidegger, ambas en continuo diálogo con los pensadores de la Escuela de Kioto, Nishida, Tanabe y Nishitani. Desde el comienzo hasta su término, la totalidad del texto crea un círculo que regresa de nuevo al principio, con el fin de hallar el inconocimiento que siempre forma parte de nuestro conocer y la posibilidad de su presencia en una filosofía del desistir.
Esta obra explora y desarrolla los temas iusfilosóficos que subyacen a una concepción argumentativa del Derecho (que el autor presentó hace unos años en su Curso de argumentación jurídica), esto es, cómo entender el Derecho, el conocimiento jurídico, la justicia o la propia filosofía del Derecho. La tesis principal es que el Derecho no consiste exclusivamente en un conjunto de normas, sino que debe verse, sobre todo, como una práctica social guiada por fines y valores. El autor entiende que el objetivo de la filosofía del Derecho no puede ser otro que la transformación social. Y subraya la idea de que la ambigüedad de nuestros Derechos (la posibilidad de que lo jurídico sea injusto, o lo justo, antijurídico) no significa que no haya valores intrínsecos al Derecho ni que se pueda prescindir del Derecho al conformar un proyecto de idealidad social.
El presente volumen reproduce, de acuerdo con la edición alemana de Annemarie Gethmann-Siefert y Bernadette Collenberg-Plotnikov, uno de los juegos de apuntes correspondientes a las lecciones de Hegel sobre estética o filosofía del arte impartidas en el semestre de verano de 1826. Se trata de los apuntes, tomados al dictado en clase, de Friedrich Carl Hermann Victor von Kehler, actualmente en posesión de la Biblioteca de la Universidad de Jena y cuya autenticidad no admite dudas, que tiene la ventaja de ofrecer la mayor cercanía posible a la pa- labra hablada de Hegel.
Mientras que el texto conocido de la Estética, realizado por su discípulo Heinrich Gustav Hotho, conduce a numeroso problemas y divergencias de interpretación, esta Filosofía del arte tiene la ventaja de ofrecer la reconstrucción de sus reflexiones originales sobre filosofía del arte en las lecciones de Berlín de 1826.
G. W. F. Hegel nació en Stuttgart, capital de Suabia, en 1770. Tras haber estudiado teología en Tubinga se ganó la vida como preceptor privado hasta que en 1801 se incorporó a la Universidad de Jena bajo la protección de Goethe, a quien fue fiel toda su vida. En 1807 se liberó de la absorbente influencia de Schelling al publicar La fenomenología del espíritu y ese mismo año empezó a trabajar como redactor en un periódico de Bamberg hasta su nombramiento como rector del Instituto de Núremberg en 1809. En 1816 pasó a la Universidad de Heidelberg y dos años después a la de Berlín, ciudad donde permaneció hasta su muerte en 1831. Es uno de los más grandes pensadores universales. Zubiri decía que Hegel representaba la madurez de Europa.
Armado de atención y espíritu crítico, Manuel Cruz desenmaraña en esta obra las últimas corrientes filosóficas.
El libro abarca desde la tradición analítica, la marxista y la hermenéutico-fenomenológica hasta las últimas tendencias, representadas por el empirismo, el pragmatismo, el estructuralismo y el postestructuralismo. Este análisis profundiza en el pensamiento de los filósofos más importantes de los últimos tiempos. El libro dedica también un capítulo a Ortega y Gasset.
Entender el presente no equivale a entender la actualidad sino a intentar acceder a las líneas de fuerza, a los vectores profundos que recorren nuestra contemporaneidad. Esta obra nos propone una pesquisa en busca de ese orden.