Platón enseñaba paseando y su Academia se hallaba en un bosque sagrado. Aristóteles daba sus charlas en un parque y su escuela, el Liceo, recibía ese nombre por su sombreada arboleda. Los romanos cultos acudían a los jardines para conversar y estudiar. Los jardines pueden consolar, calmar y elevar el ánimo, pero también pueden desconcertar y provocar, y este es el valor filosófico que se ha perpetuado hasta la era contemporánea.
Esta fascinante obra explora la relación íntima de grandes figuras históricas -entre otros, Proust, Rousseau, Orwell o Dickinson- con plantas, árboles y flores que tanto amaban (y en ocasiones tanto detestaban) y revela los profundos pensamientos que se llevaron a cabo al aire libre. Jane Austen buscaba el consuelo de la perfección entre el filadelfo y la peonia de su casita de campo. Los manzanos helados de Leonard Woolf le sugerían justo lo contrario: un atisbo de la precaria brutalidad del mundo. La escandalosa autora francesa Colette descubrió la paz contemplativa en las rosas. Años más tarde, Jean-Paul Sartre describía la náusea provocada por un castaño: un grito existencialista que congregó a una generación.
Los jardines son una manifestación de la naturaleza al tiempo que la metáfora de la naturaleza humana, de allí su esencia filosófica y la belleza de este libro.
«He llegado a Lisboa, pero no a una conclusión», escribía Fernando Pessoa en su «Libro del desasosiego». Y es que el viaje siempre tiene un punto de llegada, pero ser pasajero es estar suspendido en la grieta entre destinación y destino, realidad y ensoñación.
Michael Marder ahonda en los intersticios de la aventura del viaje y ofrece una novedosa guía filosófica sobre la «condición de pasajero», sea en trayectos de larga distancia, sea en desplazamientos cotidianos. Ser pasajero no es sólo un trámite o una metáfora, pues constituye una experiencia universal que nos enfrenta con el tejido de nuestra propia existencia humana: el tiempo, el espacio, el aburrimiento, nuestro sentido del yo y nuestra cognición del mundo.
La profunda indagación que presenta Filosofía del desistir reivindica, a través de la mirada histórica y filosófica, el regreso de la contemplación como parte fundamental del conocimiento; y este retorno únicamente puede procurarse desde el diálogo profundo entre Occidente y Oriente, que ya tuvo momentos de enriquecimiento mutuo en etapas claves del pasado determinantes para nuestra mirada. Los parlamentos propuestos van hilando el camino, partiendo, en un primero, de la concepción del sujeto y el acercamiento a la naturaleza de la conciencia desde la filosofía de Nietzsche y los textos budistas del Abhidhamma, para seguir el recorrido, en parlamentos posteriores, a través del pensar nietzscheano y las distintas etapas de la filosofía de Martin Heidegger, ambas en continuo diálogo con los pensadores de la Escuela de Kioto, Nishida, Tanabe y Nishitani. Desde el comienzo hasta su término, la totalidad del texto crea un círculo que regresa de nuevo al principio, con el fin de hallar el inconocimiento que siempre forma parte de nuestro conocer y la posibilidad de su presencia en una filosofía del desistir.
¿Cuál es la naturaleza profunda del deseo? ¿Por qué buscamos constantemente placer? ¿Cómo podemos escapar de la insatisfacción permanente y experimentar una alegría profunda?
«El deseo es la esencia del ser humano», escribía Spinoza, pero también puede conducirnos a una pasión destructiva, decía Platón. Su naturaleza infinita nos da el impulso vital y nos permite alcanzar un sentimiento de plenitud. En cambio, su manipulación o ausencia señala el colapso de nuestra fuerza interior. Todas las escuelas filosóficas de la Antigüedad y la mayoría de las religiones del mundo han buscado iluminarlo y cultivarlo, y así pasar de «la servidumbre de los afectos» al poder del libre albedrío. Frédéric Lenoir nos propone un manual para educar nuestra fuerza deseadora a través de la filosofía griega antigua, el budismo, y pensadores modernos como Nietzsche, Jung, Lévinas o Bergson, sin dejar de lado nociones científicas y biológicas.
El imperativo absoluto de nuestro tiempo es tener una vida feliz, pero Lénoir nos guía para que aprendamos a escuchar nuestros deseos más personales y reorientarlos correctamente hacia aquello que nos alegra. Porque la
alegría es algo más profundo que el placer y solo si prestamos atención a nuestra singularidad podremos realizarnos plenamente y liberarnos de lo superfluo.
Esta edición de las lecciones sobre la Filosofía del derecho de Hegel presenta en castellano una versión completa del curso a partir de dos manuscritos de clase distintos y complementarios. Este semestre es especialmente atractivo para la historiografía hegeliana, por la razón de dar cuenta por primera vez de la lectura de Hegel de los economistas políticos Jean-Baptiste Say y David Ricardo. Asimismo, se impartió antes de la publicación de la Filosofía del derecho (1821) y en el contexto de los "Decretos de Karlsbad", de modo que da cuenta de excepcionales y singulares tesis en torno a la teoría del valor y del capital, del Código Napoleónico.
El presente volumen reproduce, de acuerdo con la edición alemana de Annemarie Gethmann-Siefert y Bernadette Collenberg-Plotnikov, uno de los juegos de apuntes correspondientes a las lecciones de Hegel sobre estética o filosofía del arte impartidas en el semestre de verano de 1826. Se trata de los apuntes, tomados al dictado en clase, de Friedrich Carl Hermann Victor von Kehler, actualmente en posesión de la Biblioteca de la Universidad de Jena y cuya autenticidad no admite dudas, que tiene la ventaja de ofrecer la mayor cercanía posible a la pa- labra hablada de Hegel.
Mientras que el texto conocido de la Estética, realizado por su discípulo Heinrich Gustav Hotho, conduce a numeroso problemas y divergencias de interpretación, esta Filosofía del arte tiene la ventaja de ofrecer la reconstrucción de sus reflexiones originales sobre filosofía del arte en las lecciones de Berlín de 1826.