«¿QUIERE ESTO DECIR QUE YO RECHAZO TODA AUTORIDAD? BORRAD ESE PENSAMIENTO, EN MATERIA DE BOTAS, CONSULTO AL ZAPATERO; EN MATERIA DE CASA, CANALES O CAMINOS, CONSULTO AL ARQUITECTO O AL INGENIERO, PARA ESOS CONOCIMIENTOS ESPECIALES, PIDO LA OPINIÓN A ESOS ESPECIALISTAS, PERO NO PERMITO QUE EL ZAPATERO, NI EL ARQUITECTO, NI EL ESPECIALISTA ME IMPOGA SU AUTORIDAD, LES ESCUCHO LIBREMENTE Y CON TODO EL RESPETO QUE ME MERECE SU INTELIGENCIA, SU CARÁCTER, SU CONOCIMIENTO, RESERVÁNSOME SIEMPRE EL DERECHO INALIENABLE A LA CRÍTICA Y LA CENSURA.»
La historia de cualquier incendio es la historia de un olvido, por eso casi nadie recuerda lo que ocurrió el 29 de abril de 1986. Aquel día la Biblioteca Pública de Los Ángeles amaneció consumida por el fuego, cuatrocientos mil libros se convirtieron en cenizas y otros setecientos mil quedaron irremediablemente dañados. Siete horas ardieron las estanterías y las mesas y los ficheros, pero ningún periódico cubrió la noticia porque al otro lado del mundo, entre los bosques densos de la Unión Soviética, ocurría el mayor accidente nuclear hasta la fecha: Chernóbil.
¿Quién querría quemar una biblioteca? ¿Por qué? Susan Orlean se hizo esas dos preguntas y al poco tiempo entendió que el fuego sería apenas un rastro, una línea punteada sobre la que dibujar su personalísima visión del conocimiento y de las personas que creen en él. La biblioteca en llamas es un homenaje a la lectura y el relato de una periodista obsesionada por encontrar al culpable de un crimen contra la memoria. Una investigación que se extendió más de una década y que a cambio nos revela personajes desopilantes, inverosímiles y tiernos.
Francis Bacon advirtió de que los hombres que han alcanzado altas posiciones acaban siendo extraños a sí mismos. Consideraba que a la ardua ascensión de los poderosos seguía inevitablemente un eclipse que derivaba en «cosa melancólica», pues resulta muy difícil resignarse a la vida privada y al retiro. Montaigne confesaba en sus ensayos que en su dedicación a los otros, a la política, no pudo evitar apartarse de sí mismo.
¿Por qué tantos hombres de sabiduría se han metido en política?, se pregunta el autor, en clara alusión a su propia expenencia.
Casi todos los intelectuales han fracasado en este empeño: Platón frente a la Corte de Dionisio II en Siracusa; Aristóteles frente a Alejandro; Cicerón frente a Marco Antonio; los intelectuales que sostuvieron la Segunda República frente a la barbarie fascista y los estalinistas.
Pero a pesar de la plena dedicación al servicio público como un deber hacia los demás, debe primar una exigente alerta con el fin de no perder la autonomía de acción, la libertad de opinión y la capacidad de retirarse en cualquier momento para cuidar del alma y de sí mismo.
Este volumen recorre algunos de los momentos clave de la historia de la dificil relación entre el poder y la cultura, ofreciendo un análisis equilibrado, incisivo, valiente y esclarecedor. Supone una reivindicación clara de lo que nunca debiéramos dejarnos arrebatar, guiada por la convicción de que es precisamente en la educación y la cultura donde residen las únicas garantías del nuevo e indispensable renacimiento.