Un libro lleno de sorpresas que fascinará a los lectores de Harari y Diamond.
Uno de los rasgos que distinguen a una comunidad de chimpancés de una comunidad humana es que, mientras que un neoyorquino puede volar hasta Borneo sin temer por su vida, un chimpancé que se aventure en territorio ajeno corre un peligro mortal. Los psicólogos no han ayudado mucho a explicar esta diferencia fundamental: durante décadas han defendido que el límite de un grupo social está en los ciento cincuenta miembros. Sin embargo, en la sociedad humana conviven muchísimos más individuos. ¿Cómo es posible esta convivencia? Mark W. Moffett rompe nuestros esquemas mentales a partir de hallazgos en los campos de la psicología, la sociología y la antropología y nos ofrece una brillante explicación de las adaptaciones sociales que unen las comunidades modernas. En la línea de grandes fenómenos editoriales como Sapiens y Armas, gérmenes y acero, El enjambre humano es una reveladora investigación sobre cómo el ser humano ha llegado a desarrollar complejísimas civilizaciones.
Venimos al mundo para habitar un escenario y representar como actores un guion escrito mucho tiempo atrás, en un pasado que nunca es definitivamente pasado. El escenario de nuestra vida es el mundo interpretado a través del lenguaje y de unos rituales y gestos heredados, y en el que la presencia espectral de los ausentes nos acerca al vértigo de un abismo que a la vez nos atrae y nos repele. A pesar de nuestro empeño por aferrarnos a certezas, y a toda suerte de referencias vitales fijas y estables, siempre nos acecha la experiencia de lo sombrío y lo inhóspito. Porque tal vez no seamos otra cosa que la trama de historias y relatos que nos contamos a nosotros mismos, Joan-Carles Mèlich reivindica en este espléndido ensayo la vida entendida como representación o drama, es decir, abierta al dolor y el abandono, pero también a la transformación constante y a la sorpresa de lo imprevisible. Y más allá del Sentido, la Razón y el Logos que la metafísica tradicional nos proponía como consuelo y guía, esta obra nos habla de un yo corpóreo, vulnerable y de naturaleza ficcional, pero que, como Molly Bloom al final del Ulises, se atreve a decir, incuestionablemente, sí.
Aunque hoy casi nadie lo recuerde, Marcel Proust escribió En busca del tiempo perdido, gracias a una extraordinaria capacidad de percepción que le permitió ver lo que nadie pudo. Sus contemporáneos lo consideraron un «médium despierto» y hablaron de él en términos que hoy lo vinculan a los fenómenos psíquicos. Este hecho demostrado en las páginas de este estudio fue silenciado por la crítica literaria... hasta ahora.
Telepatía, clarividencia y premonición son temas que impregnaron la mirada de una de las más grandes obras de su tiempo. El poder evocador de nombres, lugares y cosas, incluso su proyecto de viajar en la memoria para encontrarse con el origen de todo, se desvela como la aventura de una conciencia expandida. El escritor y las ciencias psíquicas reivindica esa capacidad, la contextualiza y aporta una visión más completa que nunca de la mente de Proust.