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EL JUEGO DE ODIN

¡Pertenecéis a Odín!», clamó un grito de guerra en cientos de gargantas en la batalla de Fyrisvollene, en el sur de Suecia, a finales del siglo X. Un grito que refleja bien el espíritu de los vikingos, guerreros paganos que durante más de dos siglos conmocionaron a la Europa cristiana. Fieles de Odín, se consideraban parte de su comitiva, por lo que la muerte en el campo de batalla no era algo que hubieran de temer: el Valhalla esperaba. Y si bien hacia el final de la era vikinga los cansados dioses nórdicos fueron sustituidos por la palabra de Cristo, el furor en el combate y una ética que privilegiaba el honor de morir en batalla no marcharon con ellos. Kim Hjardar, autor de Vikingos en guerra, obra ya de referencia, repasa en su nuevo libro cómo la incesante búsqueda de gloria y botín que llevó a los vikingos desde Escandinavia hasta el Mediterráneo, y desde Irlanda hasta el mar Caspio, desató innumerables conflictos, que aquí destila en las más destacadas batallas de la era vikinga: los salvajes choques por tronos y reinos en Suecia o Noruega, los durísimos ataques contra ciudades francas como París o Nantes, las incursiones que hicieron tambalearse a los reinos anglosajones, el increíble asalto contra Constantinopla, Miklagard, «la ciudad luminosa», o la batalla de Tablada, cuando los hombres de norte mordieron el polvo en al-Ándalus…
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EL KAISER GUILLERMO II

Al final de la Primera Guerra Mundial, el emperador de Alemania fue denostado como un perturbado y un tirano sediento de sangre que había conducido a Europa al desastre. Sin embargo, durante treinta años de reinado había sido ensalzado, y para millones de personas había encarnado la idea de una nación moderna, dinámica y poderosa. El pormenorizado análisis de Christopher Clark descodifica a un líder y un hombre de su tiempo. Ni héroe ni villano, ambicioso en el ejercicio del poder, pero dubitativo y ambivalente, sin un programa político coherente, temeroso de la guerra y constreñido por otras fuerzas políticas, cuando no opacado por caudillos como Otto von Bismarck o Paul von Hindenburg. Un estudio imprescindible sobre el poder del último emperador alemán.
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EL LABERINTO SENTIMENTAL

Somos inteligencias emocionales. Nada nos interesa más que los sentimientos, porque en ellos consiste la felicidad o la desdicha. Son lo más íntimo a nosotros, y lo más ajeno. Actuamos para mantener un estado de ánimo, para cambiarlo, para conseguirlo. No sentimos lo que querríamos sentir. Somos depresivos cuando quisiéramos ser alegres. Nos reconcomen las envidias, los miedos, los celos, la desesperanza. Desearíamos ser generosos, valientes, tener sentido del humor, vivir amores intensos, librarnos del aburrimiento, pero nos zarandean emociones imprevistas o indeseadas. Podría leerse la historia de nuestra cultura como el intento de contestar a una sola pregunta: ¿qué hacemos con nuestros sentimientos? El autor cree que, ante todo, conocerlos. Para ello se interna en el laberinto sentimental, con la colaboración de la psicología de última hornada y de la filosofía de todos los tiempos. Estudia cómo el niño construye su mundo sentimental, y cómo el adulto se encuentra viviendo en una casa tal vez inhabitable. En el laberinto se tropieza con ilustres visitantes: Rilke, Kafka, Proust, Sartre, Rimbaud, Kierkegaard, Don Nepomuceno, Carlos de Cárdenas y un misterioso personaje llamado G. M.
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