Los lectores de Cioran saben que en sus libros hallarán siempre más preguntas que respuestas, más vacilaciones que certezas. Ese maldito yo no decepciona, pues su autor confiesa que se trata, en esencia, de una sucesión de perplejidades y obsesiones en torno a la maldición que rodea a todo lo que respira, y especialmente al yo: «Si el hombre olvida con tanta facilidad que es un ser maldito, es porque lo es desde siempre». En el ocaso de un mundo que no deja de dar señales de agotamiento, la lectura de Cioran, ese gran maestro del escepticismo, se convierte en un poderoso tónico contra el dogmatismo y la falta de humor que destilan las religiones y las ideologías.
¿Sabía que hubo antisemitas de derechas franceses que simpatizaron con el anarquismo? ¿O que durante la Revolución rusa surgió en Ucrania el Ejército Negro anarquista que combatió al mismo tiempo contra bolcheviques y zaristas? ¿Y que en la Manchuria de los años treinta del siglo XX se organizó una Comuna Libre formada por anarquistas coreanos que combatieron al ejército japonés?
El anarquismo vio la luz como ideología en la Europa de la segunda mitad del siglo XIX y sus principales ideólogos fueron Pierre-Joseph Proudhon y el noble ruso Mijail Bakunin, siendo su definición canónica: una propuesta de organización revolucionaria de la sociedad caracterizada por la inexistencia de cualquier tipo de estado, gobierno, jerarquía y leyes escritas.
Este libro nos adentrará en personajes como Ravachol o Bonnot, representativos de un anarquismo francés conocido como «ilegalista», poco amante de la teoría y propenso a la violencia contra el «sistema». Revisaremos tópicos como que, entre finales del siglo XIX y las tres primeras décadas del XX, la principal implantación organizativa del anarquismo tuvo lugar en la Europa mediterránea y el Imperio ruso o las mitificadas virtudes de los anarquistas españoles y rusos en sus respectivas guerras civiles. También abordaremos la experiencia revolucionaria durante nuestra contienda fratricida y analizaremos experiencias libertarias ignoradas como la del Ejército Negro del anarquista ucraniano Nestor Mackhnó durante la guerra civil rusa o la de la Comuna Libre de Shinmin en Manchuria.
¿Sabías que el primer rey cruzado que llegó a Jerusalén fue el vikingo Sigurd de Noruega? ¿Que Leonor de Aquitania fue la primera mujer en embarcarse en una cruzada? ¿Que la secta de los asesinos trató tres veces de acabar con la vida del mismo Saladino? ¿Que san Francisco de Asís se presentó ante el sultán de Egipto para convencerlo de que se convirtiera al cristianismo y logró una tregua en plena quinta cruzada? ¿O que el emperador Federico II recuperó Jerusalén sin disparar una sola flecha y después de ser excomulgado por el papa Gregorio IX?
Concebidas como un peregrinaje armado en nombre de Dios, las cruzadas constituyen un acontecimiento decisivo en la Edad Media cuya memoria y debate siguen estando de plena actualidad hoy en día. El adjetivo «cruzado» se continúa utilizando entre los combatientes del autodenominado Estado Islámico para referirse a Occidente, casi mil años después, y su influjo y fascinación es objeto de estudio, investigación e interés por parte de historiadores, amantes de la historia y lectores aficionados a las leyendas y enigmas que adornan a sus protagonistas.
Desde la llamada incandescente de Urbano II a tomar la cruz en 1095 hasta la sangrienta caída de San Juan de Acre en 1291, las expediciones religioso-militares de los llamados cruzados están llenas de episodios singulares y casi siempre crueles, pero también revelan actos de piedad y admiración mutua, como la que mantuvieron Ricardo Corazón de León y Saladino mientras se enfrentaban con toda la dureza posible.