Marzo de 1942, una joven maestra de jardín de infancia llamada Magda Hellinger, procedente de Eslovaquia, fue deportada al campo de concentración de Auschwitz junto con casi mil mujeres más, en el que sería uno de los primeros arribos de mujeres judías al terrible campo nazi. En muy poco tiempo la brutalidad del nazismo se volvió su realidad. Al poco tiempo, fue seleccionada para hacerse cargo del infame Bloque 10, en el que el personal médico alemán experimentaba con los reclusos.
En estas memorias, Magda nos relata cómo caminó al filo de la navaja durante varios años, tratando de salvar la mayor cantidad de vidas mientras sorteaba las sospechas de las SS y corría el riesgo de ser ejecutada. A través de su fuerza interior y su instinto de supervivencia, pudo superar el horror y la crueldad de Auschwitz y construir relaciones de amistad con las mujeres bajo su vigilancia. La historia de Magda es un testimonio de cómo el espíritu humano puede salir adelante aun en las condiciones más deshumanizantes.
Baviera, 1944. Los rumores de la guerra apenas llegan a la primera maternidad nazi, la Heim Hochland, creada por Heinrich Himmler en 1936 como parte del programa llamado Lebensborn. En ese idílico lugar se hace todo lo posible para ofrecer un ambiente armonioso a los hijos recién nacidos de miembros de las SS y a sus madres. Allí trabaja Helga, una enfermera modélica y entregada, que cuida de mujeres embarazadas y bebés, pero que asiste a situaciones que harán tambalearse sus certezas. Y allí llega, para dar a luz, la joven Renée, una francesa repudiada por su familia tras haberse enamorado de un alemán durante la Ocupación de París. Mientras reconstruye este inquietante gineceo en su realidad histórica, Los niños de Himmler ofrece una inmersión en la cotidianidad de un lugar concebido para desarrollar y «depurar» la raza aria, y criar a los futuros «señores de la guerra».
Meister Mathis, Mathis Grün de Eisenach, Mathis Godhart (o Gothardt) Nithart (o Nithardt), Matthias Grünewald, el pintor (y también, quizá, el ingeniero, el fabricante de jabones, el conocedor de alquimias) son algunas de las señales que han velado y velan todavía al hombre que pintó el imponente Retablo de Isenheim a principios del siglo, en una Europa diezmada por la pobreza, la guerra y la peste, en la que tronaban las revueltas de campesinos, el comercio de bulas era moneda corriente y la Reforma echaba a andar. El políptico, con sus escenas sucesivas, estaba destinado a causar el estremecimiento de los enfermos que acudían en río al hospital que los antonianos habían abierto en Isenheim: detenerse ante el cuerpo retorcido y masacrado de la Crucifixión, la música angélica de la Natividad, un san Antonio tentado y vejado, o el triunfo de la Resurrección debía propiciar la curación a sus males las fiebres y la lepra, el fuego de san Antonio, la sífilis, la epilepsia .