Bien entrado ya el siglo XXI, parece haber pocas dudas acerca de que el capitalismo domina el planeta. Vivimos, sin embargo, en un "capitalismo avanzado" en que se imponen apariencias de emancipación subjetiva, como organizaciones "ágiles" y participativas, el fomento del emprendimiento individual o jefaturas "liberales". Pero ¿somos conscientes de dónde proviene todo esto y de lo que supone? En esta obra lúcida y penetrante, David Muhlmann pone de relieve la insidiosa deriva de esta evolución del capitalismo, en especial acerca de lo que significa la extensión, hoy en día total, del modo de vida que impone y su impacto sobre las relaciones sociales ordinarias, la vida cotidiana y el espacio mental, "colonizado" en cuanto que la manera en que pensamos, vivimos y habitamos nuestro cuerpo y el espacio se ha visto transformada en función de una nueva alienación generalizada.
¿Qué ha sucedido para que la racionalidad, la solidaridad, la inteligencia emocional, el sentimiento de comunidad o la aspiración al bien común se hayan esfumado durante las últimas décadas? Un cambio de un modelo de capitalismo industrial y productivo a otro especulativo, la aceleración informativa, el cansancio, el narcisismo, la comunicación digital que condiciona la subjetividad, el relativismo creciente y también la falta de tiempo y disponibilidad para atender las necesidades del niño en sus primeros años de vida ―con las con las perturbaciones resultantes en la formación de la personalidad― constituyen algunas de las causas. Jaime Reig Vidal analiza de forma crítica cómo la crianza moldea la personalidad del individuo, y de qué modo a este sujeto producido se van incorporando los valores que benefician al sistema económico y a la producción.
El 14 de abril de 1955, en el lujoso hotel Crillón de Santiago de Chile, la escritora María Carolina Geel disparó varias veces a su amante y lo mató en el acto. Nunca se conocieron los motivos (hubo quienes dijeron que fue por celos; otros, una forma extravagante de conseguir notoriedad). El crimen fue sonado en la época y le valió a Geel tres años de prisión.
De su estancia en la cárcel (y como ha pasado tantas veces en la historia de la literatura, desde Cervantes hasta Sade, Wilde o Genet), Geel extrajo una ocasión perfecta para escribir, gesto ya de por sí transgresor, pues aunaba la escritura del delito y el delito de la escritura. Más allá de la culpa o la expiación, Geel describe y reflexiona sobre el universo carcelario femenino, un mundo infranqueable y oscuro, en una obra adelantada a su tiempo que mezcla la ficción, el testimonio y la autobiografía, y que resultó de lo más rompedora al hablar de crímenes, de la vida en prisión y del deseo entre mujeres. Por ello, este libro ocupa, por derecho propio, un lugar único en la literatura chilena.