Camilo Cienfuegos fue un carismático revolucionario que se hizo amigo de Fidel Castro cuando empezaron las protestas para derrocar la dictadura de Fulgencio Batista. Siempre fiel a los ideales de la Revolución, Cienfuegos luchó al lado de Fidel, Raúl y el Che Guevara, y llegó a ganarse la simpatía del pueblo cubano gracias a su humildad y franqueza.
Tras ganar varias batallas, la rivalidad entre Camilo y Fidel se fue acentuando y sus ideales se separaron. Las ideas pacifistas de Camilo le ganaron el afecto de la gente, pero la ambición de Castro por el poder absoluto y una secreta envidia de su fiel amigo lo borrarían de la historia.
Cuando, temeroso de los designios de los Castro, Camilo decidió irse al exilio, un trágico accidente lo hizo desaparecer del mapa. Algunos creen que el avión en el que viajaba de regreso a la Habana, después de atender los últimos encargos de Fidel, fue derribado por un misil. Lo cierto es que no quedaron rastros de él ni de los supuestos testigos del accidente. ¿Algún día se sabrá la verdad?
En noviembre de 1914, tras el estallido de la Primera Guerra Mundial, Stefan Zweig anotó en sus Diarios: "He tenido que escribir a Romain Rolland, necesitaba desahogarme con un amigo. Aquí nadie me entiende: carecen de la voluntad firme de ser justos". Y precisamente ese elevado sentido de la justicia, así como su fervorosa defensa del pacifismo y de los ideales humanistas, unió al futuro Nobel francés con su más fiel discípulo austríaco. Ambos se pronunciaron públicamente contra la contienda, denunciando en sus cartas las noticias falsas, el odio entre naciones y el egoísmo de los que guardan silencio.
«Exquisita y poderosa hasta lo letal, como un caramelo venenoso.» Mariana Enriquez Shirley Jackson, autora de obras maestras como La maldición de Hill House y Siempre hemos vivido en el castillo, firmó también numerosos relatos; no solo «La lotería» (1948), cuya célebre aparición en The New Yorker causó tanto revuelo y que, durante décadas, fue la única obra verdaderamente conocida de una autora por lo demás relegada, durante largo tiempo, a los rincones del «género» (llámese horror gótico o terror).
En Seúl, una mujer asiste a clases de griego antiguo. Su profesor le pide que lea en voz alta pero ella permanece en silencio; ha perdido la capacidad del lenguaje, así como a su madre y la custodia de un hijo de ocho años. Su única esperanza de recuperar el habla es mediante el aprendizaje de una lengua muerta.
El profesor, que acaba de regresar a Corea después de pasar media vida en Alemania, se encuentra dividido entre dos culturas y dos lenguas.También él afronta pérdidas: su vista empeora irreversiblemente a cada día que pasa, y convive con el miedo de saber que, cuando llegue la ceguera total, perderá toda autonomía.
Con una belleza inusitada, las voces íntimas de estos dos protagonistas se intercalan y se cruzan en un momento de desesperación. ¿Será posible que encuentren en el otro el modo de salvarse, que la oscuridad dé paso a la luz y el silencio a la palabra?