COMO quien debe recorrer
muchos kilómetros
para cumplir un conjuro,
llevo las semillas
de la selva lacandona
al Viejo Mundo
y las pierdo allí.
En el viaje tenemos la sensación
de que todo está por hacerse,
que podemos ser otros,
que el deseo no ha muerto.
Vamos de un país a otro
sin volver a casa
y sentimos que somos
dos veces extranjeros.
Saltar la hoguera se inserta ya de forma plena en la senda del intimismo despojado y la contención expresiva que La víspera nos permitía intuir. Consciente más que nunca de que un poema no es lo mismo que la realidad, pero también de que, a cambio de esa certeza, la lectura nos devuelve todo aquello que merece la pena preservarse.
En Una extraña ciencia, Julio Rodríguez ahonda en la línea poética que ha empezado a construir desde su primer libro: una poesía fresca y cercana, intensa pero contenida, que brilla con luz propia. Los poemas recogidos en este volumen plantean de manera magistral esa extraña ciencia de vivir, hablándonos sin tapujos de las pequeñas derrotas y satisfacciones cotidianas y haciendo una lectura del amor fuera de tópico