Este libro nació de la firme intención de escribir esos poemas que el poeta Antonio Muñoz Quintana, amigo íntimo de la autora, se había dejado en el tintero antes de su prematura muerte, el 24 de octubre de 2014. Al principio, Isabel Bono solo consiguió escribir uno, el que da título al libro, y necesitó algún tiempo más para dar forma a los demás, que llegaron a través del hallazgo y la intuición.
No estamos ante un libro triste ―tampoco celebratorio―: Bono nos entrega unos versos escritos desde la serenidad, desde esa humildad que nos permite admitir con sosiego que somos mortales, desde ese devenir de los días vacíos. Nacer es una oportunidad, morir un deber. Hay que dejar espacio a otros por mucho que nos duela. A veces el dolor acompaña, dice Bono. Y se diría que en esta vida apresurada nadie nos ha enseñado a poner el freno a tiempo. No hay prisa para vivir, no hay prisa para morir, no hay prisa para publicar. Desde 2014, estos poemas han estado reposando, esperando su momento. Y ahora parece que diez años ya son suficientes.
Una poesía de subrayada modernidad que se reencuentra con sus fuentes, una escritura casi abstracta que se vuelve materia pura en nuestras manos, ante nuestros ojos.
La chocolatera Lotte Bonnet vive feliz en el sur de Limburgo con su marido Emil, un exrefugiado de Bosnia. Tras el cáncer que su esposo acaba de superar, nada la prepara para la noticia que está por llegar: Emil se ha suicidado mientras hacía el
Camino de Santiago para celebrar su recuperación.Todavía devastada, once meses despues Lotte viaja a Bosnia con la intención de esparcir las cenizas. Allí descubre que Emil mintió sobre su identidad. Llena de preguntas, decide hacer el Camino ella misma, según la ruta y la planificación de Emil. Quiere saber que lo impulsó a cometer ese acto de desesperación. Pero alguien la sigue, alguien que no quiere que descubra la verdad.