Neil, el narrador, es un hombre de mediana edad al que no le ha ido demasiado bien ni en lo personal ni en lo profesional. Si hay algo que recuerda con entusiasmo son las clases de Cultura y Civilización que recibió de una profesora excepcional: Elizabeth Finch. Inteligente e inalcanzable, llena de elegancia, esta mujer admiradora del mundo clásico consideraba que el mundo había tomado el camino equivocado el día en que el Imperio romano decidió abrazar el monoteísmo cristiano. Por eso su héroe era el último emperador pagano: Juliano el Apóstata. Cuando dejó de ser su alumno, Neil mantuvo el contacto con Elizabeth, y comían juntos periódicamente. Ahora la maestra admirada ha muerto, y su antiguo discípulo emprende una doble tarea: escribir un ensayo sobre Juliano a partir de las notas y preguntas que ella dejó, e indagar en la biografía de esa mujer enigmática a través de los cuadernos que le ha legado y del testimonio que le brinda su hermano, tan diferente a ella. ¿Quién fue en realidad la elusiva y fascinante Elizabeth Finch? ¿Qué misterios escondía su personalidad? ¿Dónde termina la admiración y empieza el amor? ¿Qué podemos aprender de la historia y la cultura? ¿Qué es lo que da sentido a nuestras vidas? Jugando una vez más con los géneros y sus límites, Julian Barnes ha escrito una novela que es también una elucubración filosófica y una reconstrucción biográfica a través de la cual homenajea, de forma más o menos velada, a una queridísima amiga, una escritora inglesa fallecida hace unos años.
En esta novela hay un viejo quiosquero llamado Borges que elucubra sobre la existencia de Dios y tiene extrañas visiones. En una de esas visiones entrevé a una banda de polacos, siete en concreto —acaso como los siete locos de Roberto Arlt—, que son polacos no porque hayan nacido en ese país, sino porque son rubios y de piel blanca en un país de gente de tez morena.
Los siete polacos son siete chavales que, espoleados por la Yesi —la Polaca llamada también la Colorada porque no es rubia, sino pelirroja y la más blanca de todos—, deciden encontrar un objetivo en la vida: hacer el bien, ayudar al prójimo. Acuden entonces a la iglesia del pueblo y convencen al sacerdote —y este al obispo— para que los apoyen en su misión, y empiezan a ser conocidos como los Wojtyla. Pero este cometido, maquinado por la Yesi, oculta un plan secreto y maquiavélico que pretende vengar el motivo que originó el color de su piel y su condición de polaca.
Los Ángeles, 1981. A sus diecisiete años, Bret está a punto de empezar su último curso de secundaria en Buckley junto a su exclusivo y sofisticado grupo de amigos: Thom, Susan y Debbie, novia de Bret, experimentan con el sexo, el alcohol y las drogas mientras aprovechan los últimos días de verano. Pero este sueño paradisiaco se desmorona con la llegada de un nuevo alumno: Robert Mallory es brillante, guapo y carismático, pero algo en él no encaja, y nadie más que Bret parece darse cuenta de que ese algo podría estar relacionado con la aparición del Arrastrero, un asesino en serie que amenaza a los adolescentes de la ciudad y a sus mascotas.
El autor de American Psycho y Menos que cero nos brinda un emocionante y provocador viaje a su yo adolescente, un viaje cargado de un insaciable deseo sexual y de celos, obsesión y rabia asesina. Los destrozos es una absorbente historia sobre la pérdida de la inocencia y el complicado paso a la vida adulta, y también un vívido y nostálgico retrato de la década de los ochenta.
Emma Rouault es una joven de origen campesino y huérfana de madre que contrae matrimonio con el médico Charles Bovary. El afán por ser la protagonista de una vida romántica presidida por el amor, ambición que su marido no puede satisfacer, será la perdición de la ingenua muchacha, que buscará por todos los medios, con aventuras y con amantes, escapar al tedio, la monotonía y la exasperación que se han apoderado de su vida. La presente edición, en reciente traducción de Mauro Armiño, incluye los fragmentos, descubiertos entre los manuscritos de Flaubert, que el autor decidió a última hora no incluir en la novela.
Desde niño, Sabino, conocido como Sardi por sus amigos, ha luchado por ser quien quiere ser. Su carrera como modelo de pasarela para colecciones femeninas no le ha facilitado la vida. Ser un hombre heterosexual en un mundo donde su belleza y feminidad confunden o intimidan a las mujeres complica su búsqueda del amor.
Sinaí, por su parte, lleva tantos años herida que ya ni siquiera se da cuenta de que lo está. Es agresiva, visceral e impredecible. Hay un fuego en su interior que la consume y que solo consigue sofocar con peleas o con sexo impetuoso, salvaje y variado. No es de las que repiten amante. Le gustan los hombres rudos, moteros como ella, con pinta de malotes y alérgicos al amor.
Nadie conocía exactamente quién era Gatsby. Algunos decían que había sido espía de los alemanes durante la Primera Guerra Mundial; otros, que estaba emparentado con una de les familias reales de Europa. Sin embargo, nadie le aventajaba en su espléndida hospitalidad. Las fiestas más maravillosas tenían lugar en su soberbia mansión de Long Island. La ironía de esta fachada fabulosa era que él no la había construido para deslumbrar al mundo, los amigos o la esposa, sino para impresionar a una chica que había amado, que era su sueño, su ilusión.