La narradora de esta novela estudia para consolidar su futuro profesional. Ha conseguido un puesto de interina en una oficina administrativa, y afrontar una oposición parece ser el paso lógico en su carrera. Sin embargo, otro tipo de oposición, la interna, basada en su observación del día a día funcionarial, hace que no lo tenga nada claro. El edificio donde ha sido destinada, tan gigantesco como hermético, es un lugar de jerarquías incomprensibles, que la expulsa al mismo tiempo que la absorbe. Como nadie le explica sus funciones, se ve forzada a improvisar, disimular por vergüenza y registrar su malestar con dibujos y poemas tan desplazados de la realidad como el trabajo mismo. Los funcionarios que la rodean, cada uno con sus particularidades y conflictos, han desarrollado los tics y las manías propios de las rutinas laborales y la obediencia acrítica.
Frente a un siniestro caserón de piedra, anclado en medio de la cuenca minera asturiana, se detiene un coche de servicios sociales. Dentro del vehículo, Dani Sorribes no acaba de asimilar que haya acabado en ese lugar ni que, con solo trece años, haya quedado huérfano. Desde la ventanilla, no quita ojo a la figura que se recorta sobre el cielo. Una estructura metálica que se eleva junto a un oscuro bosque de hayas, en una mina abandonada que, nada más verla, le ha provocado un escalofrío.
Fuera del coche, Alicia, la mujer que lo acoge, le espera con una sonrisa amable y una mirada gélida. Para ella, la mina pertenece a una vida pasada de la que solo queda un amargo recuerdo. Cerrada años atrás, tuvo su origen en un pueblo detenido en el tiempo, desahuciado, casi deshabitado, y donde las casas se cierran todas las noches a cal y canto.
Dimitrios Makropulos, el delincuente taimado, el ladrón más escurridizo, el despiadado asesino al que nunca se ha logrado hacer comparecer ante la justicia… Dimitrios puede ser todo eso y algo más, pero en realidad no es demasiado lo que sabe sobre él. Aun así, cuando su cadáver aparece asesinado y flotando en las aguas del Bósforo, la policía y quienes tienen asuntos pendientes con él creen que su historia criminal ha concluido. Sin embargo, el escritor de novelas policíacas Charles Latimer, enfrentado por azar al enigma, no será capaz de olvidar el asunto. Y su pesquisa lo llevará a indagar en el oscuro pasado del hombre misterioso al que todos odiaban, en un laberinto de espionaje, droga y muerte donde su propia vida se verá en peligro. Publicada en 1939 y llevada al cine en 1944 en una soberbia adaptación de Jean Negulesco, La máscara de Dimitrios es una novela de crimen y espionaje en el más perfecto significado del término. Situada en la turbia Europa Oriental de entreguerras, Eric Ambler nos ofrece una obra maestra que ha entusiasmado a lectores como John Le Carré, Hitchcook, Graham Greene e Ian Fleming. "Tienen mi palabra de honor: el mundo resultante de ambas (novela y película), la historia de sus personajes, las sucesivas máscaras de Dimitrios Makorpoulos, no se borrarán nunca de su memoria" Arturo Pérez-Reverte
Inspirado por la metodología de la «atención total» de Krishnamurti -a quien la realidad dejaba en éxtasis cada tarde-, César Aira exhorta a la superación de la ceguera del urbanita que sin tiempo para nada es incapaz de demorarse para observar la maravilla del mundo.
Autor fundamental, en estas once ponencias y charlas desvela los delicados mecanismos del artificio literario, incita a imaginar una Buenos Aires vaciada de todo excepto de sus árboles o a repasar una poética del trazo entre las notas de Duchamp para El gran vidrio, el proyecto calígrafo-maníaco de Levrero o la letra ínfima que para Benjamin implicaba un pensamiento refinado…
La inteligencia desfachatada y excepcional de Aira vuelve estos ensayos puro goce y puro juego. Un sacudón a cualquier hábito que amenace con adormecer la sensibilidad o impida la sorpresa.
En "Memorias del subdesarrollo" (1965), novela icónica de Edmundo Desnoes, asistimos a la debacle íntima y social de Malabre, un escritor que, viendo marcharse incluso a familia y amigos, decide permanecer en Cuba tras el triunfo de la Revolución, por lo que queda convertido en testigo de un panorama y un entorno que le resultan tan absurdos como irredimibles. Ya en el contexto de la literatura cubana de los años sesenta, "Memorias del subdesarrollo" resultó una obra de difícil catalogación, pues quedó fuera de las dos tendencias dominantes del momento: la literatura de compromiso y el preciosismo barroco abanderado por Alejo Carpentier. No en vano, su autor bebe de fuentes que, sin llegar a abandonarla, tensionan y complementan la tradición hispánica, y entre las que destacan, además de la gran novelística rusa, los modelos absurdistas de Kafka, Beckett y, muy especialmente, "El extranjero" de Camus, con cuyo protagonista (Meursault) el cubano Malabre puede compararse en no pocos aspectos.
El pasado nunca muere, solo cambia de rostro.
Un thriller psicológico donde los secretos familiares y el miedo dictan el destino de sus personajes.
Como cada sábado, desde que decidió que su trabajo de fin de grado en Criminología versaría sobre la hibristofilia, esa rara patología que designa la atracción por criminales violentos, Olivia visita en la Prisión de Soto del Real a Pedro Díaz, autor de los asesinatos de tres jóvenes el día que cumplían la mayoría de edad. El mismo sábado que Pedro confiesa a Olivia que había perpetrado otros crímenes anteriores, Inés, la mujer de Pedro y madre de sus dos hijos, Alicia y Adrián, aparece asesinada en su casa. Los inspectores de Homicidios Virginia Lambert y Román Presedo serán los encargados de investigar un crimen que se complicará con el secuestro de Alicia, precisamente el día de su decimoctavo cumpleaños. Ambos sucesos tienen el inconfundible olor de la venganza.