Primera lección: No confíes en nadie.
Eve está contenta con su vida. Se levanta cada día, recibe un beso de su marido, Nate, y se va a dar clases de Matemáticas en un centro de secundaria. Todo va como debería. Solo que...
El año pasado, el Instituto Caseham se vio sacudido por el escándalo de una relación entre un profesor y una estudiante, con la adolescente Addie en el centro de la polémica. Pero Eve sabe que hay mucho más detrás de esos horribles rumores.
No se puede confiar en Addie. Miente. Hace daño a la gente. Arruina vidas. Al menos, eso es lo que todos dicen.
Pero nadie conoce a la verdadera Addie. Nadie conoce los secretos que podrían destruirla.
Y Addie hará lo que sea para mantenerlos a salvo.
En Japón, los gatos son símbolo de buena suerte y cuenta la leyenda que, si eres amable con ellos, algún día te devolverán el favor. Y si además das con el gato adecuado, puede que este te invite a una misteriosa cafetería bajo la luna de Kioto.
Satomi está entregada a su trabajo en Tokio, pero cuando su novio le insinúa que va a proponerle matrimonio en Nochebuena, se siente dividida entre la carrera que ama y una vida más tranquila en el campo junto a él.
Koyuki ha estado comportándose como una buena hija desde que su padre falleciera en un accidente el día de Navidad. Pero ahora que su madre se ha vuelto a casar, no le resulta fácil sentirse parte de su nueva familia.
Junko vive en una pequeña ciudad con su marido y su hija pequeña, Ayu. Cuando su padre enferma, ella regresa a casa con Ayu a cuestas, y allí, en una cafetería mágica, aprenderá algo sorprendente que le cambiará la vida.
Las tres mujeres se encuentran en una encrucijada, pero, con la ayuda de unos felinos extraordinarios, tal vez por fin tengan el valor de buscar lo que verdaderamente desean.
Fuyuko Irie es una correctora de pruebas freelance de treinta y tantos años. Vive sola y es incapaz de entablar relaciones significativas, por lo que apenas tiene contacto con nadie más que con Hijiri, su editora. Cuando ve su reflejo, se encuentra con una mujer cansada y sin espíritu que no ha sabido tomar las riendas de su propia vida. Su única fuente de consuelo: la luz. Cada Nochebuena, Fuyuko sale a vislumbrar las luces que llenan la noche de Tokio. Pero es un encuentro fortuito con un hombre llamado Mitsutsuka lo que despierta algo nuevo en ella. Y su vida empieza a cambiar.
Sin embargo, a medida que ese cambio —tan largamente postergado— comienza a suceder, dolorosos episodios del pasado de Fuyuko salen a la superficie, y su comportamiento empieza a desbordarse cada vez más.
Una novela aguda y lúcida, entretenida y conmovedora; hará reír al lector, también lo hará llorar, pero, como solo los mejores libros logran, le recordará que a veces el dolor vale la pena.
La protagonista de esta historia estuvo viva y fue feliz, pero hace tiempo que apenas puede recordarlo. Habita un hotel atestado de otros no muertos como ella, huéspedes que también tuvieron una vida de la que no recuerdan casi nada. Ha olvidado su propio nombre y el de la persona a la que amó, y tan solo conserva recuerdos vagos, escenas de una felicidad pretérita que aparecen deslavazadas y poco a poco se van perdiendo, como las extremidades que se desprenden de su cuerpo de no muerta. Pero nuestra heroína se niega a dejar ir del todo el pasado, por lo que se lanza a la carretera en dirección al oeste, siempre hacia el oeste, en busca del lugar en el que amó y fue amada. Ganadora de los prestigiosos premios Ursula K. Le Guin y The Novel Prize, Dura una eternidad y en un instante se acaba es una de las obras más bellas, sorprendentes y divertidas de las que podamos tener memoria. «Solo los no muertos entendemos plenamente el sentido de la vida», señala uno de los personajes de esta novela alegórica y poética, que ofrece una profundísima reflexión sobre el significado de la existencia y sobre el modo en que la mortalidad lo transforma todo, a excepción, tal vez, del amor.
«Dos años de tareas dominicales que prueban mi nula disposición a santificar las fiestas... Al releer estos artículos seguidos, me parece que he opinado demasiado». Estas palabras sirven de introducción a un Javier Marías insólito, cotidiano, atento a lo que ocurre a su alrededor y que atraviesa todos los estados de ánimo imaginables: lo vemos evocativo e indignado, a menudo pertido y bromista, pero también atribulado por la saña española que aún tiñe nuestro tiempo; melancólico, risueño, grave, irónico, compasivo o desengañado, siempre logra contagiarnos y no nos deja indiferentes con su Mano de sombra.
Es el verano de 1976. Peggy Hillcoat tiene ocho años y pasa los días con su padre, James, un hombre obsesionado con la supervivencia que ha convertido el sótano de su casa en un refugio nuclear. Una noche, sin previo aviso, James secuestra a su hija y se la lleva a una cabaña en medio de un bosque inmenso. Alejados de toda señal de vida humana, James convence a Peggy de que el mundo entero ha sido destruido. Juntos aprenden a subsistir: construyen trampas para cazar, se lavan en el río, almacenan alimentos. Los inviernos son largos y crueles; los veranos, fugaces. En su aislamiento, incluso fabrican un piano de madera que no produce sonido alguno. Durante años, Peggy vive en esa cabaña con su padre, sin cuestionar su realidad. Hasta que, un día, encuentra unas botas. El descubrimiento la empujará a una búsqueda desesperada que revelará los secretos de su encierro y la verdad sobre la última noche que pasó con James. ¿Qué ocurrió realmente en aquel bosque? ¿Cómo logró escapar? Y, sobre todo, ¿por qué ha vuelto sin él?