1935. La llegada de Gardel a Puerto Rico causa un sorprendente revuelo. El Zorzal Criollo enamora a los isleños con su cálida y melancólica voz hasta que su exitosa gira se ve interrumpida por un intempestivo problema de salud. El azar caprichoso elige a Micaela Thorné, una mujer negra descendiente de una estirpe milenaria de curanderas, como la encargada de velar amorosamente por sus cuidados. Durante los veintisiete días que pasan juntos, vivirán un intenso y fogoso romance. Micaela quedará rendida ante los encantos de un hombre que le cuenta sobre mundos que ella desconoce: le habla con la misma
pasión que vuelca en sus tangos sobre la verdad de sus orígenes, su vida en Nueva York, sus ascensos y descensos en la consolidación de su fama.
Dos vidas dispares unidas por la pasión, dos mundos que se entrecruzan siguiendo razones inexplicables. La amante de Gardel es una entrañable y conmovedora novela sobre los motivos del corazón que la razón no entiende y los azarosos designios del destino.
LA CHICA BUENA
Abby Abernathy no bebe, no se mete en líos y trabaja muy duro. Cree que ha enterrado su oscuro pasado, pero cuando llega a la universidad, un rompecorazones conocido por sus ligues de una noche pone en peligro su sueño de una nueva vida.
EL CHICO MALO
Travis Maddox, sexy, musculoso y cubierto de tatuajes, es justamente el tipo de chico que atrae a Abby, justamente lo que quiere evitar. Dedica sus noches a ganar dinero en un club de lucha itinerante, y sus días a ser el estudiante ejemplar y el seductor más popular del campus. Toda una mezcla explosiva.
¿UN DESASTRE INMINENTE...
Intrigado por el rechazo de Abby, Travis intenta colarse en su vida proponiéndole una apuesta que trastocará sus mundos y lo cambiará todo.
... O EL INICIO DE ALGO MARAVILLOSO?
En cualquier caso, Travis no tiene la más mínima idea de que ha iniciado un tornado de emociones, obsesiones y juegos que los terminará dañando..., aunque puede que también los una para siempre.
Proyectar una luz sobre los problemas más serios y a la vez no pronunciar una sola frase seria, estar fascinado por la realidad del mundo contemporáneo y a la vez evitar todo realismo, así es La fiesta de la insignificancia. Quien conozca los libros anteriores de Kundera sabe que no son en absoluto inesperadas en él las ganas de incorporar en una novela algo «no serio». En La inmortalidad, Goethe y Hemingway pasean juntos durante muchos capítulos, charlan y se lo pasan bien. Y en La lentitud, Vera, la esposa del autor, dice a su marido: «Tú me has dicho muchas veces que un día escribirías una novela en la que no habría ninguna palabra seria? Te lo advierto: ve con cuidado: tus enemigos acechan». Pero, en lugar de ir con cuidado, Kundera realiza por fin plenamente en esta novela su viejo sueño estético, que así puede verse como un sorprendente resumen de toda su obra. Menudo resumen. Menudo epílogo. Menuda risa inspirada en nuestra época, que es cómica porque ha perdido todo su sentido del humor. ¿Qué puede aún decirse? Nada. ¡Lean!
La mujer habitada sumerge al lector en un mundo mágico y ferozmente vital, en el que la mujer, víctima tradicional de la dominación masculina, se rebela contra la secular inercia y participa de forma activa en acontecimientos que transforman la realidad. Partiendo de la dramática historia de Itzá, que por amor a Yarince muere luchando contra los invasores españoles, el relato nos conduce hasta Lavinia, quien conoce a Felipe. La intensa pasión que surge entre ambos es el estímulo que la lleva a comprometerse en la lucha de liberación contra la dictadura de Somoza. Rebosante de un fuerte lirismo, La mujer habitada mantiene en vilo al lector hasta el final.
Un duro y bellísimo ajuste de cuentas de un hijo con la figura del padre.
¿Qué tienen en común una pintura china de hace 1.300 años, la poesía de Dylan Thomas, las investigaciones etnográficas de Lévi-Strauss, un célebre apunte de los diarios de Kafka y una escena de El fuego fatuo de Louis Malle?
La respuesta está en la habitación donde un hombre agoniza mientras su hijo, el escritor Ricardo Menéndez Salmón, busca en el último paisaje que su padre ha contemplado una revelación que quizá no exista.
No entres dócilmente en esa noche quieta es una ofrenda, una elegía y una expiación. Es también el intento por reconstruir una existencia que camina hacia la madurez, la de quien escribe, a través de una existencia que se agota sin remedio, la de quien le entregó la vida.