El volumen Pequeña crónica. Cuatro relatos lo publicó en 1929 la prestigiosa editorial Insel de Leipzig. Era un pequeño tomo de poco más de cien páginas que aparecía cuando el nombre de Stefan Zweig era ya el más cotizado de entre los autores europeos de la época. Los cuatro relatos que contiene tratan de vidas de personas en apariencia insignificantes, pero colmadas por la pasión; en palabras de Zweig: «…tratan de destinos de gente sencilla, de esos destinos que carecen de relevancia pública pero que para los afectados son tremendamente trágicos». «La colección invisible» recrea la historia de un coleccionista de grabados antiguos de los grandes maestros de la pintura universal. En este relato Zweig reprodujo —llevándola al extremo— algo de su propia pasión por las colecciones de autógrafos de grandes literatos y músicos. Según él, «Todos los coleccionistas son hombres felices», y también lo es en apariencia el protagonista de esta historia, aunque ignore de qué profundo abismo proviene su ilusoria felicidad. «Episodio en el lago de Ginebra» relata la peripecia de un soldado ruso que por misteriosas circunstancias aparece como náufrago en las aguas del bello lago suizo: son tiempos de la Gran Guerra, y el pobre hombre se entera de repente que fronteras y leyes incomprensibles para él le impiden regresar a la patria. «Leporella» es la historia de una obtusa y tétrica sirvienta que por sumisión a su amo es capaz de cometer las acciones más reprobables. La historia parece inspirada en el mejor Poe o en el mejor Maupassant. «Mendel el librero» versa sobre un anticuario de libros omnisciente al que apodan «Libromendel», que lo sabe todo de los libros con los que comercia; desde el vienés café Gluck, donde se ubica el centro de su negocio, este viejo judío se relaciona con los bibliófilos más conocidos del mundo, hasta que la confrontación bélica entre las naciones de Europa trastocará su apacible existencia. Este nuevo volumen de relatos del gran Stefan Zweig prosigue con la iniciativa de Hermida Editores de publicar en castellano estas narraciones tal y como vieron la luz la primera vez que se publicaron en alemán: agrupadas en volúmenes autónomos tal y como lo concibió inicialmente su autor. Con este propósito han aparecido ya los títulos: Novela de ajedrez, Amok. Novelas de pasión, Primera experiencia. Cuatro historias del país de los niños, Confusión de sentimientos. Tres novelas y Miedo.
Un retrato emocionante de una de las mejores cuentistas argentinas.
La escritora argentina Silvina Ocampo es una de las figuras más exquisitas, talentosas y extrañas de la literatura en español. Hija de una familia aristocrática, autora de libros que, al decir de Roberto Bolaño, parecen provenir de «una limpia cocina literaria», en torno a ella se han urdido mitos que envuelven no solo su obra, revalorizada con entusiasmo en los últimos años, sino también su vida privada: la particular relación que tenía con su marido, Adolfo Bioy Casares; su cambiante y chismosa amistad con Jorge Luis Borges, que cenaba cada noche en su casa; sus presuntos romances con mujeres, como la poeta Alejandra Pizarnik o la madre del propio Bioy; sus perturbadoras premoniciones; sus ambiguos conflictos con la olímpica Victoria Ocampo, su hermana mayor.
Este volumen es un sentido tributo de Javier Marías a la figura y la literatura de William Faulkner, uno de los escritores más importantes del siglo XX, ganador del Premio Nobel en 1950. Su prólogo es toda una declaración de intenciones: «Si la única manera de que Faulkner vuelva a ser más leído y más recordado es no ir con sus libros por delante, como sería lo justo, sino con su persona y sus dichos y anécdotas —esto es, con lo que no escribió—, entonces hay que plegarse e intentarlo». Así, Marías traza en estas páginas el retrato de un personaje enigmático, tímido e impertinente que se tomaba tan en serio su actividad como tan poco en serio a sí mismo.
Javier Marías rinde homenaje en este libro a uno de los novelistas contemporáneos que más admiraba: Vladimir Nabokov. Su intención era conmemorar a un escritor con el que se sentía en deuda literaria y animar a los lectores a que lo busquen con más frecuencia.
Marías nos cuenta, por ejemplo, que un día de 1950 la mujer de Nabokov, Véra, logró detenerlo cuando se disponía a quemar los primeros capítulos de Lolita, agobiado por las dudas y las dificultades. También que le molestaba mucho que le atribuyeran influencias, fueran de Joyce, Kafka, Proust o de Dostoyevski. Y que los mayores éxtasis los experimentó a solas: cazando mariposas, creando problemas de ajedrez, traduciendo a Pushkin y escribiendo.