Pietro y Teresa mantienen una relación amorosa llena de altibajos emocionales, exigencias nunca satisfechas y tensiones que acaban en insultos y llantos. Tras una violenta pelea, para templar los ánimos, a ella se le ocurre una idea: «Pongamos que te confío un secreto íntimo, tan horrible que ni siquiera me lo he confesado a mí misma, y tú me confías uno parecido, algo que si saliera a la luz te destruiría para siempre». Él acepta, y de este modo sellan su dependencia recíproca. Sin embargo, a los pocos días la pareja comprende que no tiene otra salida que separarse. Tiempo después, Pietro conoce a Nadia, de cuyo carácter inocente y cálido, tan distinto del de su novia anterior, se enamora. Pero en la víspera de su boda, Teresa reaparece, y con ella, la sombra amenazante de aquella confidencia, que marcará irremediablemente su vida.
«Por fin: aquí están los prolegómenos de la gran obra, la aurora boreal del ciclo, el lienzo secreto del fresco, el solar en el que se construyó la catedral de siete pilares, el prefacio del propio Marcel, la búsqueda de En busca del tiempo perdido. [...] Proust ha vuelto, único y visionario como siempre» ( J. Garon, L’Obs). Así han saludado unánimemente los expertos y la crítica el hallazgo de este tesoro literario: un manuscrito mítico que ve la luz tras el fallecimiento de su propietario, Bernard de Fallois. Escritos entre 1907 y 1908, con estos episodios emblemáticos y fundacionales de su obra maestra se penetra por arte de magia en la memoria proustiana como si se tratara de una primigenia autobiografía en la que los personajes y los lugares surgen en toda su desnudez y conservando sus nombres auténticos —la abuela Adèle, la madre Jeanne y un joven Marcel estremecedoramente «humano, amoroso, atento con su familia, fiel y generoso» (A. Compagnon, Le Figaro Littéraire).
Érase una vez un teatro de variedades que estuvo abierto en el paseo marítimo de Brighton durante los veranos de los años cincuenta. Allí actuaba Jack, el maestro de ceremonias, un oportunista experto con múltiples recursos, que cantaba, bailaba y contaba chistes malos. Tambien estaba Ronnie, un mago capaz de crear toda clase de ilusiones. Y Evie, la encantadora ayudante a la que el mago atravesaba con espadas y partía en dos con un serrucho. Bueno, aquí estamos es la historia de un triángulo tan aparentemente clásico como profundamente inusual que no tarda en complicarse cuando el microscopio de Swift se pone a analizar motivos, comportamientos, antecedentes biográficos, causas, consecuencias, incluso posibilidades. ¿Que pudo pensar Ronnie cuando a los ocho años fue enviado fuera de Londres para estar a salvo de los bombardeos alemanes? ¿Quien era el misterioso jardinero de Evergrene? ¿Quien enseñó magia al maestro de Ronnie? La madre de Ronnie fregaba escaleras en el East End de Londres, su padre era un marinero errante, pero ¿quienes eran los padres de Evie y los de Jack? ¿Que callaba Jack cuando abandonó
Con la placidez y tranquilidad de quien ha sabido adaptarse a lo que la vida le ha deparado, Eszter habita la casa que heredó de su padre en compañía de una pariente anciana. Hasta que un día, inesperadamente, recibe un telegrama de Lajos, viejo amigo de la familia, anunciando su inminente visita. Canalla, encantador y sin escrúpulos, con unas magníficas dotes de actor que le confieren un poder de seducción irresistible, Lajos no solo traicionó a Eszter, sino que también destruyó a su familia y les quitó todo lo que poseían, salvo la casa en la que viven, cuyo jardín es su único y escaso medio de subsistencia. Ahora, tras una prolongada ausencia, Lajos regresa y Eszter se prepara para recibirlo conmovida por un torbellino de sentimientos contradictorios.
Encrucijada de todas las obsesiones e intuiciones de el autor y exponente de su singular talento para el relato, El Lobo estepario se inscribe dentro del empeño, patente a lo largo de toda su obra, por iluminar la zona oscura de la condición humana a fin de poner al descubierto su carga trágica y un incierto destino.
La llama doble es un ensayo enteramente unitario que, por su importancia en el conjunto de la obra Octavio Paz, resulta comparable a títulos tan decisivos como El arco y la lira o El laberinto de la soledad. Aun cuando la redacción material del libro se produjo entre marzo y abril de 1993, el propósito de escribirlo data por lo menos de 1965, y en aquella época el autor redactó los primeros apuntes de lo que deseaba que, «partiendo de la conexión íntima entre los tres dominios —el sexo, el erotismo y el amor—, fuese una exploración del sentimiento amoroso». Resumiendo toda su trayectoria de vida, pensamiento y escritura, con una tensión expresiva inabatible y una lúcida y conmovida cercanía al núcleo más íntimo y esencial de la existencia humana, Octavio Paz examina, compendia, hace revivir y otorga pleno sentido, desde sus orígenes en la memoria histórica y mítica hasta la experiencia cotidiana más inmediata, a uno de los elementos fundamentales de la vida de hombres y mujeres: «El fuego original y primordial, la sexualidad, levanta la llama roja del erotismo y ésta, a su vez, sostiene y alza otra llama, azul y trémula: la del amor. Erotismo y amor: la llama doble de la vida».