No es para que nos contesten a una pregunta por lo que nos hemos puesto en camino, sino para que, en el silencio del lugar de los antiguos oráculos, cada uno descubra cuál es su pregunta".
Coneste designio, siete singulares peregrinos emprenden un iniciático "viaje al país sonoro", una búsqueda espiritual que, bajo distintas formas en diferentes culturas, ha constituido siempre el símbolo supremo de la vida humana.
En El juego de las preguntas, Handke propone que nos abramos al mundo por medio de una pregunta esencial, donde se incluyan todas las respuestas. Es el modo de indagación personal que caracteriza toda su obra: averiguar cómo se relaciona el hombre, a partir de sí mismo, con todo su entorno. Cada mirada congela el mundo, lo fragmenta, lo analiza, lo devuelve en palabras (trocadas en eficaces herramientas). Una escritura cuya originalidad llega a las raíces del idioma.
En una cabaña aislada, desnuda y esposada a la cabacera de la cama, Jessie asiste inerme al macabro desenlace del juego erótico de Gerald, el hombre con quien ha convivido durante veinte años y que está tendido en el suelo junto al lecho. Acuciada por el hambre y la sed, asediada por los fantasmas del pasado, adquiere conciencia de que la realidad es más pavorosa que la peor de sus pesadillas.
Donna Tartt ha puesto al día las reglas de los grandes maestros del siglo XIX, siguiendo a Dickens pero también a los personajes deBreaking Bad, para escribirEl jilguero, probablemente el primer clásico del siglo XXI.
El jilgueroha sido galardonada con el Premio del Círculo de Críticos Nacional del Libro en 2013 y con el Premio Pulitzer a la mejor obra de ficción en 2014.
Al empezarEl jilguerovamos enfocando una habitación de hotel en Amsterdam. Theo Decker lleva más de una semana encerrado entre esas cuatro paredes, fumando sin parar, bebiendo vodka y masticando miedo. Es un hombre joven, pero su historia es larga y ni él sabe muy bien por qué ha llegado hasta aquí.
¿Cómo empezó todo? Con una explosión en el Metropolitan Museum hace unos diez años y la imagen de un jilguero de plumas doradas, un cuadro espléndido del siglo XVII que desapareció entre el polvo y los cascotes. Quien se lo llevó fue el mismo Theo, un chiquillo entonces, que de pronto se quedó huérfano de madre y se dedicó a desgastar su vida: las drogas lo arañaron, la indiferencia del padre lo cegó y sus amistades le condujeron a la delincuencia.