Recuperamos la novela ganadora del Premio Nadal 1950 que narra la vida de Marcela en un Pazo de la Galicia más rural «Quiroga fue una novelista sin lastres, con un enfoque insólito comparable a Flush de Virginia Woolf o Nada de Carmen Laforet». El Cultura Un mundo de sentimientos, en el que lo popular y la pasión son mecidos por la fuerza grácil del intenso viento, el otro protagonista de la novela. Premio Nadal en el año 1950 de la autora Elena Quiroga, primera novelista en ingresar en la RAE. De una narrativa rompedora, Viento del Norte aborda temas tan complejos como la incomunicación y la contradicción en el juego tortuoso del amor. A través de la vida de Marcela, una chica a la que la gente desprecia por ser fruto de una relación extramatrimonial, recorremos el mundo rural gallego con sus personajes aislados y víctimas de la sociedad de aquel momento. Asistimos a una una relación desigual pero no por la manida diferencia de clase sino precisamente -y éste es un acierto de Quiroga- por la falta de correspondencia de Marcela, que sitúa un veterano aristócrata en una posición de inferioridad. Además, nuevos acontecimientos darán un inesperado giro a la trama. Se trata, en suma, de una novela muy estimable en la que brilla la prosa lírica de la autora, hoy injustamente poco recordada.
Dalinar Kholin desafió al malvado dios Odium a un duelo de campeones en el que se decidirá el futuro de Roshar. Los Caballeros Radiantes solo tienen diez días para prepararse... y la repentina ascensión del taimado e implacable Taravangian al puesto de Odium lo ha sumido todo en una tremenda confusión.
La lucha desesperada prosigue simultáneamente a lo largo y ancho del mundo: Adolin en Azimir, Sigzil y Venli en las Llanuras Quebradas y Jasnah en Ciudad Thaylen. El exasesino Seth deberá purgar Shinovar, su tierra natal, de la oscura influencia de los Deshechos. Lo acompaña Kaladin, que afronta una nueva batalla ayudando a Seth a combatir sus propios demonios... y tendrá que hacer lo mismo con Ishar, el demente Heraldo del Todopoderoso.
Villa Melania es una absorbente saga familiar que evoca otra era de forma realmente bella. Algunas puertas están cerradas por alguna poderosa razón.
«Es posible que todos estemos algo resquebrajados por dentro, que nadie conserve intacta la luna del espejo en el que nos contemplábamos siendo niños.»
En Villa Melania hay una habitación llena de espejos rotos y de recuerdos trágicos. En la mansión señorial de los Lanuza Vega, con su prado de caléndulas y su anciana jacaranda, se pasean los fantasmas de varias vidas truncadas en la noche de la víspera de Reyes de 1966, cuyo eco resonará de manera ensordecedora ese mismo día en 2019. El retrato de Melania, la hermosa y dañada Melania, sigue presidiendo la casa tantos años después. Sus pasos se escuchan sobre tarimas y escaleras; buscan a esa persona capaz de oír a los objetos contar sus historias. Esas historias que ni las hermanas ni el buen cuñado de Melania quieren contar; esas historias que Camila, su sobrina nieta, descubrirá demasiado tarde; esas historias que solo Cloe, la hermana de Camila, sabrá atender y comprender.
Muerte, melancolía, enfermedad, pero también celos, envidia, dolor y miedo acechan desde esos espejos rotos en los que se refleja lo que fueron y lo que son quienes alguna vez vivieron en esa casa. Solo existe una manera de arreglar las lunas y las vidas quebradas: hablar, porque «al callar enterramos a nuestros muertos un poco más hondo».