After abandoning his once-promising career as a journalist in search of a new life in Paris, Mamush meets Hannah—a photographer whose way of seeing the world shows him the possibility of finding not only love but family. Now, five years later, with his marriage to Hannah on the verge of collapse, he returns to the close-knit immigrant Ethiopian community of Washington, DC, that defined his childhood. At its center is Mamush’s stoic, implacable mother, and Samuel, the larger-than-life father figure whose ceaseless charm and humor have always served as a cover for a harder, more troubling truth. But on the same day that Mamush arrives home in Washington, Samuel is found dead in his garage.
With Hannah and their two-year-old son back in Paris, Mamush sets out on an unexpected journey across America in search of answers to questions he’d been told never to ask. As he does so, he begins to understand that perhaps the only chance he has of saving his family and making it back home is to confront not only the unresolved mystery around Samuel’s life and death, but his own troubled memories, and the years spent masking them.
El campamento de verano más hot y divertido en el que estarás jamás.
¿Se te ocurre algo peor que pasar todo el verano en un campamento? Igual con siete años la idea te emociona, pero con diecisiete ya no, y menos cuando tienes tu propio planazo.
Samanta va obligada y sin demasiadas expectativas, sin saber que ese campamento puede cambiarle la vida.
Dylan es un apasionado del surf que no duda en declararle la guerra a la chica nueva en cuanto tiene la oportunidad.
Las vidas de Gloria Felipe y de Nuria Valencia se entrelazan en torno al robo de una niña pequeña que conmociona a la capital mexicana en la década de 1940. Por medio de una narradora que (en sus propias palabras) «no canta mal las rancheras», somos testigos de la batalla de los Miranda Felipe por recuperar a la menor de sus integrantes y de la crianza angustiosa de los Fernández Valencia para salvar a su propia niña de un peligro potencial que la policía no ha podido frenar y los medios reportan con el tono de un thriller.
Atravesada por diversas imágenes de agua –en forma de lluvia, mar, brisa, estanque o charco– que reflejan el estado anímico de sus personajes, Soñar como sueñan los árboles ofrece una mirada crítica de los mandatos de la maternidad, y muestra también las posibilidades de rebeldía y autodeterminación que abrieron las mujeres del medio siglo para nosotras. El sentido del humor sagaz y punzante de Brenda Lozano hace imposible soltar el libro hasta llegar a sus últimas páginas.
¿Qué jardines felices, bien regados sus árboles, qué cálices de flores de tierno deshojarse maduran las extrañas, las exquisitas frutas del consuelo, las pródigas, halladas en el pasto de tu propia indigencia? Año tras año, te admira su sazón, la piel suave, su justa medida, que por ti ha esquivado a las aves volubles o, en el fondo, al celoso gusano. ¿Entonces es que hay árboles rondados por los ángeles, cultivo de morosos y extraños jardineros? ¿Entonces nos dan fruto y no nos pertenecen?
Se llamaba Sheindla-Sura Leibova Salomoshak-Bluwstein, aunque la historia la recuerda por su apodo: «Soñka, manos de oro». Había nacido en Varsovia en 1846, y a finales del siglo xix se convirtió en una leyenda por sus ingeniosas maneras de estafar. Ocupó las portadas de los diarios más leídos de la época: la llamaban «Diablo con falda», «La versión femenina de Robin Hood» o «La zarina del crimen». Engañaba y robaba a los hombres ricos en los hoteles de Odesa, Moscú y San Petersburgo, en las joyerías y en los trenes. La atraparon en 1888, y cumplió condena en la isla de Sajalín. Se decía que quien entraba allí jamás regresaba: así ocurriría con Soñka, que murió en prisión en 1902.
Pero antes hubo un juicio. Un juicio polémico y popularísimo en su tiempo, cuando Soñka —manos de oro— evocó la historia de su vida: una memoria bien diferente a aquella que la prensa había divulgado sobre ella.
To the wider world, Al Pacino exploded onto the scene like a supernova. He landed his first leading role, in The Panic in Needle Park, in 1971, and by 1975, he had starred in four movies—The Godfather and The Godfather Part II, Serpico, and Dog Day Afternoon—that were not just successes but landmarks in the history of film. Those performances became legendary and changed his life forever. Not since Marlon Brando and James Dean in the late 1950s had an actor landed in the culture with such force.