Muchos dicen que para cambiar se necesita una férrea disciplina, un punto de partida, un deseo... Sin embargo, en mi camino ni siquiera lo imaginé y tengo pleno conocimiento del tiempo. Estoy seguro de que solo fueron trece minutos y, también, tengo la certeza de que esto fue suficiente para cambiar toda mi vida. Trece minutos que están ahí, por todos lados, solo que la rutina ocupa nuestro espacio, nos roba todo...
Trata del fenómeno de la emigración, visto desde el carácter psicológico. Los problemas de adaptación a una nueva sociedad. La vida de una emigrante dominicana hacia new york.
Recordar los momentos vividos durante la niñez
es como pasar las páginas de un libro cargado de
emocionantes aventuras, y sonríes porque revives
experiencias cargadas de un sentimiento tan puro y
quieres que tus hijos y parientes vivan contigo esos
momentos que, aunque no estuvieron ahí, sentirán
cada risa, cada lágrima, cada dolor, cada travesura.
Esto es justamente lo que en el paseo por cada página
de este libro encontrarás y notarás que no son
simples historias de costumbres familiares, sino vivencias
que han marcado de una forma extraordinariamente
hermosa la vida de varias generaciones.
Te invito a que te sumerjas en cada relato y vivas
cada historia, respires ese aire de campo, de primavera,
de cosecha… en fin albergar en el corazón remembranzas
de un tiempo que no se ha ido, porque
como dijo una vez Gabriela Mistral: Recordar un buen
momento es sentirse feliz de nuevo.
ababa de superar una dificil situación de salud producto de la reapari-
ción de un cáncer de colon y me sentía comprometido a cumplir con lo que
para mí era una obligación contraída con mi madre aquella noche en que fui
objeto de una revelación de su parte: "¿Hijo, apégate al DIVINO NIÑO que
él te sanará!"
En el instante en que aquello ocurrió no sabía cómo atender su recomenda-
ción. Ella, desde la niñez, me había inculcado que quien le pide con fe al
DIVINO NIÑO siempre recibe sus favores.
También decidí apoyarme en lo que me demostró ser un arma poderosa: el
poder de la mente. Desde que me enteré de que estaba aquejado por esta terri-
ble enfermedad me hice la idea de que ella no iba a acabar conmigo a pesar de
que las quimioterapias me disminuían el apetito, conllevando esto a que reba-
jara considerablemente -poseía 50 libras menos de mi peso original y mi figura
estaba muy desmejorada-; sin embargo, en mi cerebro anidaba la convicción
de que cuando esos tratamientos terminaran recuperaría mi peso anterior.
Entonces, me nació la idea de construir el monumento al DIVINO NIÑO,
lo cual tenía doble propósito: agradar a mi progenitora, quien desde la gloria
se sentiría feliz de que esto sucediera, y de mi parte premiar el favor a obtener
por medio de esta divinidad.
Cabe destacar las vicisitudes que tuve que enfrentar en el transcurso de los
nueves meses en que se edificó la estatua, también las graves consecuencias al
sacarla del taller del escultor, luego las peripecias para trasladarla hacia Cons-
tanza, como también la dificultad de realizar el recorrido dentro de la finca
donde iba a ser instalada y, por demás, el domingo angustioso
que pasamos para colocar la escultura en el
pedestal.