Más que una idea de clase social o política propiamente dicha, el poeta nos lleva a un viaje por las islas de la región caribeña donde descubre las huellas de sus habitantes.
A través de los treinta y tres capítulos el autor nos sumerge
en el laberinto del tiempo con la marcada intencionalidad de
hacer del pasado el caldo de cultivo del futuro. La extensión es
sufi ciente para aprisionar la realidad humana de una pequeña
población de República Dominicana, en cuyo nombre actúan
los personajes enlazados por indestructibles y a veces fatídicos
lazos familiares. Sí, la familia es la estructura social sobre la que,
de manera magistral, aunque con apariencia ingenua, el autor
nos enfrenta a la antinomia vida-muerte o realidad-irrealidad,
celosamente vigiladas por un tiempo cuya presencia nos obliga
a evocar a Platón para quien “el tiempo es la imagen de la eter-
nidad en movimiento”.
Entrar al mundo del “Labrador de palabras” es un viaje que
sorprende a cada paso cuando devela lugares, asociaciones,
tendencias y memorias que permiten entender la razón por la
que el lector se reconoce en muchos de sus poemas. Labrador
de palabras es poesía y testimonio.