En esta irresistible novela, dos matrimonios de la alta sociedad, uno estadounidense y otro británico, coinciden en un balneario alemán en el período de entreguerras. La relación de amistad, celos e infidelidades que forjan da paso a una crítica demoledora de la sociedad victoriana y un conmovedor retrato de la naturaleza humana.
Con su proverbial maestría, Ford hace un uso innovador de técnicas narrativas con las que consigue mantener la tensión dramática y el interés del lector desde la primera página y hace de esta novela una de las grandes obras literarias del siglo XX.
El burlador de Sevilla significa la irrupción en la literatura de uno de sus grandes mitos, el de don Juan, el aristócrata amoral y cínico que seduce mujeres por el mero hecho de conquistarlas. De todas las versiones, la de Tirso es la más despiadada: ostenta que el mayor "gusto que en mí puede haber / es burlar a una mujer / y dejarla sin honor", con lo que a la ofensa une la crueldad, el desprecio de las leyes divinas y humanas e incluso el mofarse de la otra vida.
Compuesto entre 1170 y 1181, paralelamente a "El Caballero de la Carreta" -publicado también en esta colección-, "El Caballero del León" narra las aventuras de Yvain, hijo de Urien, incorporando así al personaje a la extensa galería de las obras en prosa y en verso que forman la "materia de Bretaña". El elemento maravilloso procedente de las leyendas celtas que configura alguna de las aventuras principales (como la Aventura de la Fuente) se entrelaza con motivos de la Antigüedad clásica (como el del león agradecido) en una serie de episodios concatenados con una destreza que convierte a Chrétien de Troyes (ca. 1135-1190) en uno de los precursores de la novela moderna. Introducción y traducción de Isabel de Riquer
Compuesto entre 1170 y 1181, paralelamente a "El Caballero de la Carreta" -publicado también en esta colección-, "El Caballero del León" narra las aventuras de Yvain, hijo de Urien, incorporando así al personaje a la extensa galería de las obras en prosa y en verso que forman la "materia de Bretaña". El elemento maravilloso procedente de las leyendas celtas que configura alguna de las aventuras principales (como la Aventura de la Fuente) se entrelaza con motivos de la Antigüedad clásica (como el del león agradecido) en una serie de episodios concatenados con una destreza que convierte a Chrétien de Troyes (ca. 1135-1190) en uno de los precursores de la novela moderna.
El camino de la vida sólo vio la luz en ruso en 1911, unos meses después de que Lev Tolstói falleciera en la estación ferroviaria de Astápovo. El libro, que había permanecido inédito en español, como un tesoro escondido, es la culminación de la obra moral del escritor y la expresión más completa de su pensamiento religioso: un destilado de máximas legadas por los sabios de todos los tiempos y de todas las tradiciones del mundo que le inspiraron sus propias reglas para el perfeccionamiento interior. Cada uno de los treinta y un capítulos que integran este volumen—uno por cada día del mes—conforman un singularísimo breviario espiritual destinado a «llevar una vida de bien» y contribuir así a la realización de una aspiración tan antigua como irrenunciable: la convivencia pacífica entre los individuos y los pueblos.
«—Ay, padre querido —exclamó María al fin—, ¿a quién le pertenece ese encantador hombrecito que está junto al árbol? —Ese caballero estará al servicio de todos ustedes, querida hija. Con sus dientes es capaz de romper las nueces más rígidas.
Aquel sofisticado hombrecito pertenecía a la familia de los Cascanueces y ejercía la misma profesión de sus ancestros.
—Puesto que el amigo Cascanueces ha elegido ser tu favorito, lo dejaré bajo tu custodia y cuidado.
De inmediato, María lo tomó entre sus brazos».
En enero de 1909, una estafa realizada por un tal Henri Lemoine contra la compañía De Beers dedicada a la explotación de minas de diamantes acabó adquiriendo notoriedad mundial.
Marcel Proust, cuyo estilo ya se estaba perfilando en los primeros esbozos de la Busca del tiempo perdido, tomó este caso para describirlo a la manera de Balzac, Flaubert, Renan, Michelet o Saint-Simon, recurriendo, con ello, “a plena conciencia, a la parodia”, con la idea de evitar “malgastar el resto de nuestras vidas escribiendo parodias involuntarias”, o leyéndolas.