Amelia Peabody no es lo que se dice una dama victoriana al uso. Decidida y aventurera, al morir su padre y heredar una gran fortuna, decide embarcarse en un viaje por Europa, cuya primera escala es Roma. Allí rescata a Evelyn Barton-Forbes, la nieta de un conde caída en desgracia, y se la lleva consigo a Egipto. Juntas explorarán el país de los faraones y se incorporarán fascinadas a la misión arqueológica liderada por los hermanos Emerson. Encuentros inesperados, accidentes casi fatales y una momia que vuelve a la vida para sembrar el terror convierten una tranquila excavación en una trampa de la que solo la sagacidad y el arrojo de Amelia podrán salvarlos.
Tras la muerte de su padre, el prestigioso empresario alemán Eric Zimmerman decide viajar a España para supervisar las delegaciones de la empresa Müller. En la oficina central de Madrid conoce a Judith, una joven ingeniosa y simpática de la que se encapricha de inmediato. Judith sucumbe a la atracción que el alemán ejerce sobre ella y acepta formar parte de sus juegos sexuales, repletos de fantasías y erotismo. Junto a él aprenderá que todos llevamos dentro un voyeur, y que las personas se dividen en sumisas y dominantes... Pero el tiempo pasa, la relación se intensifica y Eric empieza a temer que se descubra su secreto, algo que podría marcar el principio o el fin de la relación.
En la arena luchaban por su vida. En Roma luchaban por defender aquello en lo que creían. Juntas demostraron que todo es posible.
Año 124 d. C. Helena y Valeria son dos jóvenes romanas procedentes de mundos muy distintos: una esclava, la otra noble.
Sin embargo, ambas tienen que tomar decisiones que ponen a prueba su valentía. Cuando el emperador Adriano se enamora del esclavo Antinoo, el gran amor de Helena, la joven se ve obligada a convertirse en la mejor gladiadora de todos los tiempos, algo nunca visto para los romanos, y así tratar de acercarse a Antinoo. Por su parte, Valeria, hija de un abogado de renombre, sueña con vencer al destino que le espera como esposa y madre en una época gobernada por la voluntad de los hombres.
Año 131 d. C. El pueblo de Roma celebra el combate de gladiadoras más increíble que jamás se haya visto. Movidas por el anhelo de libertad y la venganza, dos mujeres se enfrentan en un duelo definitivo. El duelo de la eternidad.
¿Qué relación hay entre un intento de suicidio fallido, una acusación de robo injusta contra una alumna y la vida sentimental de un famoso tenista?
Para un espectador común, aparentemente nada. Pero cuando se celebra una fiesta en Gull's Point, la casa costera de una anciana viuda, los acontecimientos anteriores alcanzan un punto dramático. Como descubre el superintendente Battle, todo forma parte de un plan cuidadosamente trazado? para cometer un asesinato.
La señorita Arundell, una anciana acaudalada, vive sola con la única compañía de su fiel amigo, su perro Bob. Un día sufre lo que parece ser un desgraciado accidente al caer por las escaleras tras tropezar con la pelotita de goma de su perro, y, aunque sus sobrinos lo achacan a la mala suerte, la anciana está convencida de que alguien ha intentado matarla. Decide por ello escribir una carta a Hércules Poirot para que la ayude a descubrir si sus sospechas son ciertas, pero, sin aparente explicación, la carta llega días más tarde y, para cuando lo hace, la anciana ha fallecido.
Poirot decide entonces investigar qué sucedió para que la carta no llegase a su debido tiempo y, lo más importante, si la señorita Arundell estaba en lo cierto y alguien no cesó en su empeño hasta conseguir acabar con su vida.
Una mujer y un hombre se encuentran por casualidad durante su viaje de regreso al país natal del que emigraron hace veinte años. ¿Podrán reemprender una extraña historia de amor, apenas iniciada entonces en su tierra? El caso es que, tras tan larga ausencia, «sus recuerdos no se parecen». Porque «nuestra memoria, la pobre, ¿qué puede hacer? Sólo es capaz de retener del pasado una miserable pequeña parcela sin que nadie sepa por qué precisamente ésa y no otra…». Vivimos sumidos en un inmenso olvido, y no queremos saberlo. Sólo aquellos que, como Ulises, vuelven después de veinte años a su Ítaca natal pueden ver de cerca, atónitos y deslumbrados, a la diosa de la ignorancia.