Al joven agente Jack Laidlaw no le gusta trabajar en equipo, pero tiene un sexto sentido para lo que ocurre en las calles. Su jefe atribuye la violencia a las rivalidades de siempre, pero ¿es así de sencillo? Cuando se inicia la guerra entre dos bandas de Glasgow, Laidlaw necesita averiguar quién eliminó al abogado Bobby Carter antes de que toda la ciudad estalle.
Alguien quiere morir. Ya no es joven, y se pregunta para qué otro día más, por muy privilegiada, divertida y amable que aún sea su vida. Alguien quiere amar. No sabe con certeza si le corresponden, si sus sentimientos serán entendidos, si tiene siquiera derecho a expresarlos. Alguien viaja. Visita ciudades, playas, bares, fiestas exóticas, cabañas al borde del agua donde pasar la noche bebiendo y riendo. Alguien ilustra unos libros preciosos y alguien se ocupa de editarlos. Trabajan sin prisas, con admiración mutua, con cierta sensación decadente de existir en un mundo que desaparece. Alguien ha tenido un grave problema de salud, se levanta despacio, se tienta la ropa y decide aprovechar la segunda oportunidad. Alguien gusta, despierta deseo, está siempre de paso en la vida de los demás, sonríe, paga la cena. Alguien es el mejor amigo y la persona favorita de otro. Alguien quiere morir.
Ray Loriga narra los abismos de estos personajes, y compone una sinfonía sobre la amistad, el amor y el final de la juventud.
La vida tiende a ser así: una gota, una gota, una gota, una gota, y luego nos preguntamos, perplejos, cómo es que estamos empapados.
Estela deja a su madre en el sur para trabajar en la casa de una familia en Santiago de Chile y allí se queda los siguientes siete años, limpiando y criando a una niña acosada por la ansiedad, cuya muerte conocemos al comienzo de la novela.
Como en una tragedia griega, la tensión crece en cada página, con cada personaje o elemento: la perra callejera, las ratas, la confesión inconfesable del «señor», la aparición de Carlos, el veneno, la pistola, hasta un desenlace tan poderoso como inevitable.
Karl Marx dejó tras de sí un impresionante legado teórico y una descendencia extensa. Dejó también un vástago adicional, hijo de la criada de la casa, al que nunca quiso reconocer y que entregó a su compañero, Engels. A través de otra hija bastarda de Marx, fruto de la aventura con una aristócrata rusa, Clara Obligado retrata toda una educación amorosa y sexual —no hay variante que no encuentre su preciso y sugerente relato—, y conforma el fresco detallado de una época espléndida. ¿Y si la aristocracia rusa en el exilio, en lugar de hacer la revolución política, hubiera iniciado una revolución sexual? ¿Y si la Historia, en lugar de contarse en masculino, se hubiera contado en femenino?
La hija de Marx es un prodigio literario lleno de imaginación, documentación rigurosa (modelos de consoladores incluidos), erotismo e ironía; una crónica aguda y suntuosa de los destinos de aquellas mujeres que rodearon a los revolucionarios, utopistas y reformadores del cambio de siglo.
Una apasionante historia de traiciones privadas y públicas, de tensiones familiares que abarcan a toda una sociedad.
Cuando el periodista Gabriel Santoro publicó su primer libro, no pensó que la crítica más destructiva fuera a ser escrita por su propio padre. El tema de su libro parecía inofensivo: la vida de una mujer alemana que llegó a Colombia poco antes de la Segunda Guerra. Pero el padre de Santoro se sintió traicionado. ¿Por qué? En el libro hay algo que Santoro no había previsto. Entre las frases se esconde un secreto.
Ahora Santoro ha empezado a descubrir cuál es. Mientras se interna en el corazón de la vida de su padre, mientras revela los secretos del presente, otras cosas irán saliendo a la luz: las formas en que la guerra que ocurría al otro lado del mar invadió la vida de quienes estaban de este lado; los sucesos de la década de los cuarenta, que en Colombia «destruyeron familias, trastocaron vidas, arruinaron destinos», etc.
«Además, hay que desconfiar constantemente de la memoria. Al final los recuerdos siempre tienen algo de invento. ¿O no?»
¿Cómo se registran las huellas que deja otra persona a lo largo de una vida? ¿Qué se convierte en recuerdo y qué se desecha? Aquí aparecen veinticuatro momentos, fotos que congelan por un instante la relación entre Vera y Cecilia, que arranca en una plaza de barrio cuando solo tienen tres años. Enmarcadas por los hechos que agitan al país durante varias décadas -la sombra de Malvinas y la dictadura, las crisis económicas, los cambios culturales-, estas escenas hablan de los claroscuros de la amistad. Desde los juegos de la infancia, las complicidades y los celos a las primeras experiencias amorosas, las parejas, los hijos, las pérdidas, las peleas y los reencuentros. Hay un secreto familiar que se persigue. Una madre que silencia. A través de esos instantes detenidos, la autora logra que el lector pueda ver, literalmente, a estas dos mujeres que comparten la vida durante cincuenta años.