La literatura romántica es un género rico y vigoroso que apela a lo más profundo del alma. Nuestras ilusiones y miedos más íntimos encuentran su reflejo en los amores secretos, celos incontrolables y pasiones desbordadas que albergan los 22 relatos de esta recopilación.
Los grandes autores del siglo XIX, desde Mary Shelley hasta Antón Chéjov, concurren en estas páginas y recrean una atmósfera histórica que convive con el realismo. Los finales felices se alternan con los amargos, pero todas las historias versan, en última instancia, sobre
ese sentimiento universal que es el amor.
El detective Pepe Carvalho se enfrenta a una crisis internacional en Barcelona. Una operación de desestabilización política está en marcha y todo puede ocurrir en los Juegos Olímpicos de Barcelona de 1992. El detective deberá desenmascarar a los villanos antes de que Estados Unidos lance sus misiles, porque su vicepresidente, que no está familiarizado con la geopolítica, cree que Bagdad está al lado de Barcelona.
En la línea de la fábula satírica, en los límites de la melancolía y el sarcasmo, Carvalho protagoniza un ajuste de cuentas con el año prodigioso, 1992, desde la perspectiva de un mundo en crisis que ha olvidado todos los autos sacramentales de la modernidad.
El misterio de Miss Marple con el final más frenético.
Miss Marple se prepara para pasar una semana de descanso en el lujoso hotel Bertram de Londres. Tiene muy buenos recuerdos de su estancia en el magnífico hotel 50 años atrás. El lugar, sin duda, se ha adaptado a los tiempos sin perder su esencia victoriana. Mientras Miss Marple disfruta del té y de las pastas típicas inglesas entre una decoración clásica y un servicio impecable, observa a los demás huéspedes del hotel: señoras respetables, clérigos, oficiales jubilados y chicas que salen del internado para disfrutar de sus vacaciones. Pero con el intento de asesinato de Elvira Blake, una bella joven hospedada allí que acaba de quedar a cargo de una formidable fortuna, descubrirá que el Hotel Bertram no es tan bello ni respetable como aparenta.
Cuando, tras el armisticio, Céline dio a la imprenta su tercera novela, Guignol's band (1944), sólo había terminado la primera parte de un proyecto que veinte años más tarde, y muerto ya su autor, se vería completado con la publicación de la segunda parte, titulada El puente de Londres (1964). En este volumen el lector encontrará las dos partes de lo que siempre fue una sola obra, fracturada por el encarcelamiento de Céline. La influencia en su escritura de los panfletos que causaron su exilio se acusa en el estilo de esta novela que transcurre en Londres, entre 1915 y 1916. El protagonista, el seudoautobiográfico Ferdinand, se mueve a través del grotesco inframundo londinense. En este angustioso escenario, plagado de proxenetas, prostitutas, prestamistas y adivinos, policías y pirómanos, la ilusión de vivir se halla desnuda ante la disolución social y psicológica de aquellos que ya no albergan ninguna esperanza.
Es este un libro de ambición lenta, que no tiene prisa por llegar ni esconde ningún as en la manga. Un libro que juega con todas las cartas encima de la mesa: un paisaje de origen en la raya extremeña con las tierras de Portugal; una curiosidad sin engolamientos hacia el arte de la fotografía y las miradas que se ocultan y desvelan detrás de las cámaras; dos o tres o cuatro nombres de mujer -Acácia, Lucía, Joaquina, Pascale- que trenzan el espacio del encuentro y de la pérdida; la historia que no se quiso escribir sobre el hombre que surgió del exilio; algunas viejas fotografías que giran y giran hacia alguna parte. Una mirada narrativa excepcional en diez momentos y un prólogo (y la lucha de clases).
Los dos libros de viajes reunidos en este volumen están escritos en la estela del éxito obtenido por Cela con Viaje a la Alcarria (1948). Los dos tienen un origen común: el viaje que, por encargo del diario Pueblo, realizó el autor en el verano de 1948 por buena parte de España.
A partir de las crónicas redactadas para la ocasión, Cela armaría, años después, Del Miño al Bidasoa (1952) y, en estricta continuidad, Primer viaje andaluz (1959), con los que confirmaría su maestría en un género en el que reflejó su amor al vagabundaje y su personalísima visión de las gentes y las tierras de su país.