Con la placidez y tranquilidad de quien ha sabido adaptarse a lo que la vida le ha deparado, Eszter habita la casa que heredó de su padre en compañía de una pariente anciana. Hasta que un día, inesperadamente, recibe un telegrama de Lajos, viejo amigo de la familia, anunciando su inminente visita. Canalla, encantador y sin escrúpulos, con unas magníficas dotes de actor que le confieren un poder de seducción irresistible, Lajos no solo traicionó a Eszter, sino que también destruyó a su familia y les quitó todo lo que poseían, salvo la casa en la que viven, cuyo jardín es su único y escaso medio de subsistencia. Ahora, tras una prolongada ausencia, Lajos regresa y Eszter se prepara para recibirlo conmovida por un torbellino de sentimientos contradictorios.
Encrucijada de todas las obsesiones e intuiciones de el autor y exponente de su singular talento para el relato, El Lobo estepario se inscribe dentro del empeño, patente a lo largo de toda su obra, por iluminar la zona oscura de la condición humana a fin de poner al descubierto su carga trágica y un incierto destino.
Bertrand Arthur William Russell (1872-1970), filósofo, pedagogo, matemático y ensayista inglés, se guió en esta obra por el más ajustado sentido de la unidad histórica y estudió a cada filósofo en relación con el medio en que actuó, teniendo siempre en cuenta las circunstancias sociales y políticas de su época. De este modo ha conseguido acercar al lector a la génesis y el desarrollo del pensamiento occidental. En este segundo tomo completa el análisis de la filosofía medieval con el estudio de los escolásticos y traza una panorámica en profundidad de la filosofía renacentista y de la trayectoria de los principales filósofos del mundo moderno desde la Reforma protestante hasta nuestro siglo.
Después de Obra abierta, en la que estudiaba los lenguajes experimentales del arte contemporáneo, y de Apocalípticos e integrados, donde abordaba las técnicas y los temas de la comunicación de masas, Umberto Eco analiza aquí las fronteras de la semiótica. Comprender los sistemas de signos obliga a ver los códigos como estructuras y explicarlas a través de otras estrucuras más vastas, en un movimiento regresivo hacia la matriz originaria de toda comunicación, una «esctructura no estructurada». La conclusión metafísica de esta búsqueda no puede ser más que el rechazo del código de códigos: la negación de la estructura ausente. Poniendo en juego todas sus investigaciones precedentes, Umberto Eco vuelve a asentar las bases de la semiótica y propone un verdadero sistema de la cultura como comunicación.
«Yo digo que la vida perfectamente puede estar hecha de la misma materia de las películas.»
Cuando al poblado llega una de Marilyn Monroe, Gary Cooper o Charlton Heston, en casa de María Margarita se juntan las monedas exactas para una entrada y la mandan a ella a verla. Debido a su talento especial para contarlas como si fueran «en tecnicolor y cinemascope», al poco tiempo todo un público la espera impaciente tras cada proyección.
«Comencé a fijarme en detalles que la mayoría pasaban por alto: el modo acanallado de pintarse los labios de la rubia amante del mafioso, algún tic casi inadvertido del pistolero en los instantes previos al saque, la forma en que los soldados encendían el cigarrillo en las trincheras para que el enemigo no viera el resplandor del fósforo.»
Tan sencilla como poderosa, esta novela encierra un homenaje al arte de narrar historias, al tiempo que traza la mágica historia de los cines en los pueblos en sus tiempos de esplendor y decadencia.
Publicada en 1906, Bajo las ruedas es una prodigiosa recreación del mundo de la adolescencia, pero en ella Hermann Hesse (1877-1962) formula también una severa acusación contra los sistemas educativos que se imponen a costa de la imaginación y del cultivo armónico de las facultades espirituales, emocionales y físicas. Separado del medio de su infancia y obligado por padres y profesores a una agotadora preparación para el ingreso en un seminario, su protagonista, Hans Giebenrath, logra finalmente su objetivo, pero al elevado precio de perder primero su sensibilidad y, más tarde, su equilibrio emocional.