¿Cómo puedo yo decirle que nunca la va a encontrar, si ha gastado la vida buscándola? Con esa frase de resonancias míticas, se abre esta intensa historia de amor en medio de las rudezas del desplazamiento forzado. Un personaje enigmático al que llaman Siete por Tres llega a un albergue de emigrantes preguntando por una mujer a la que ha perdido en el tráfago de la guerra. Allí es atendido por una voluntaria extranjera, cuyo interés por el hombre va creciendo más allá del simple apoyo solidario. En el estrecho triángulo que se crea, la ansiedad por encontrar al otro se fusiona con la búsqueda de la tierra prometida. Y del amor: el imposible y, por qué no, también posible. La multitud errante, que ahora se presenta en edición revisada por su autora, narra de forma magristral el vacío del desarraigo pero también el poder sanador del amor y la amistad, y el anhelo por mantenernos unidos a aquellos que conforman nuestra patria interior, la única a la que no podemos renunciar.
El 13 de agosto de 1476, Cristóbal Colón naufraga en aguas de Portugal. El futuro almirante acaba de cumplir veinticinco años. Milagrosamente, alcanza la costa sano y salvo, y se refugia en Lisboa, en casa de su hermano menor, Bartolomé, que ejerce el oficio de cartógrafo. Durante años, los dos hermanos trabajan juntos para preparar el viaje con el que Cristóbal sueña desde la adolescencia: llegar a Cipango (Japón) y el imperio del Gran Kan. Pero en lugar de seguir la ruta habitual, la de la seda, hacia el este, pretenden surcar el océano Atlántico rumbo al oeste. Y al hilo de este relato que narra, desde un punto de vista inédito, cómo fue posible la fabulosa aventura de descubrimiento de América, desfilan, entre muchos otros, un maestro cartógrafo, un rinoceronte, un fabricante de viudas, una prostituta, el siempre fascinante Marco Polo, fray Bartolomé de Las Casas y unos temibles perros devoradores de indios.
Dentro de la obra literaria de Antonio Machado (1875-1939) -más allá de cualquier discusión una de las figuras señeras de la literatura española del siglo XX-, la parcela que ha alcanzado sin duda mayor difusión y más general reconocimiento es la correspondiente a su poesía. Esta antología recoge todos los temas y tonos de su lírica: los primeros poemas, en la órbita del modernismo, el descubrimiento y captación de la naturaleza castellana en su presencia soriana, sus amores con Leonor y Guiomar, su compenetración con los problemas de España y, finalmente, los últimos días del poeta, envueltos en la tragedia colectiva de éxodo y dolor de la Guerra Civil.
Los Diarios (I -18-10-1939 a 31-07-1949- y II -12-08-1956 a 16-06-1958) de José Lezama Lima, junto a Cartas a Eloísa y otra correspondencia, constituyen los fragmentos más íntimos de su escritura. En ambos se aprecian las dos grandes pasiones del habanero universal: la amistad y el insaciable apetito por la cultura, no para acumular sino como apropiación estimulante para sus muchas y laberínticas ideaciones.
Nada le es ajeno: lo inmediato ni lo lejano. Transcurren por las páginas de los Diarios las anotaciones y relumbrones que, más tarde, se transfigurarían en la encarnadura de su obra poética, ensayística y narrativa. Alerta, Lezama anota el aguijón, la semilla, el mimbre que su mano transforma.
María Zambrano supo ver en Lezama la “Araña que rodea a la tierra y teje desde dentro la tela que contiene y envuelve el caos […] araña que extraía de su propia sustancia el hilo inasible, la intangible memoria que reproduce en los aires el laberinto que hace permisible habitar el lugar justo del guardián de los ínferos mirándolos sin desafío con la necesaria fijeza.”
Primera edición en España de la poesía del cubano J. M. Heredia (1803-1839). Al cumplirse los 200 años de su nacimiento se hacía imperiosa la necesidad de rescatar este valioso fondo. La poesía de Heredia es el máximo exponente del aliento inicial del romanticismo en Hispanoamérica.
Emily Dickinson fue una mujer inteligente, rebelde y culta que, en su encierro voluntario en la habitación de su casa en Amherst, construyó una de las obras más sólidas de la literatura universal. Como señala Juan Marqués en la presentación, sus poemas «además de ser escritos, en principio, exclusivamente para la inmensa minoría de sí misma, fueron, a un tiempo, complicadísimos y simples, alegres y tristes, transparentes y enigmáticos. Son poemas que acompañan y ayudan a vivir a quien los lee, que enseñan a observar mejor, que obligan a ser más compasivo». Aunque su obra es muy extensa, hemos preferido editar un libro pequeño, íntimo, dickinsoniano, para lo que ha sido fundamental la visión poética de las ilustraciones de Kike de la Rubia.