«Las mujeres pueden ser heroínas». Cuando Frankie McGrath, estudiante de enfermería de veinte años, oye por primera vez estas inesperadas palabras, siente una revelación. Criada en el idílico y soleado sur de California y protegida por sus conservadores padres, siempre se ha enorgullecido de hacer lo que se espera de ella, de ser una buena chica. Pero en 1966 el mundo está cambiando y, de repente, su vida parece abrirse a nuevas posibilidades. Cuando su hermano parte para combatir en Vietnam, ella se une de manera impulsiva al Cuerpo de Enfermeras del Ejército para seguirle.
Allí, Frankie se siente igual de inmadura e inexperta que los jóvenes enviados para luchar, y se ve abrumada por el caos y la destrucción de la guerra. Además, un trauma inesperado la golpea al volver a casa, el de encontrar un país cambiado y dividido, un país que quiere olvidar. Frankie descubrirá el verdadero valor de la amistad y el dolor que puede causar un corazón roto.
La Navidad ofrece muy poco a Eileen Dunlop, una chica modesta y perturbada atrapada entre su papel de cuidadora de un padre alcohólico y su empleo administrativo en Moorehead, un correccional de menores cargado de horrores cotidianos. Eileen templa sus tristes días con fantasías perversas y sueña con huir a una gran ciudad. Mientras tanto, llena sus noches con pequeños hurtos en la tienda local, espiando a Randy, un ingenuo y musculoso guardia del reformatorio, y limpiando los desastres que su padre deja en casa.
Cuando la brillante, guapa y alegre Rebecca Saint John hace su aparición como nueva directora educativa de Moorehead, Eileen es incapaz de resistirse a esa milagrosa e incipiente amistad. Pero en un giro digno de Hitchcock, el cariño de Eileen por Rebecca la convierte en cómplice de un crimen.
En noviembre de 1918, tan solo unos días antes del armisticio, el teniente d'Aulnay-Pradelle ordena una absurda ofensiva que culminará con los soldados Albert Maillard y Édouard Péricourt gravemente heridos, en un confuso y dramático incidente que ligará sus destinos inexorablemente.
Édouard, de familia adinerada y con un talento excepcional para el dibujo, ha sufrido una horrible mutilación y se niega a reencontrarse con su padre y su hermana. Albert, de origen humilde y carácter pusilánime, concilia el sueño abrazado a una cabeza de caballo de cartón y está dispuesto a lo indecible con tal de compensar a Édouard, a quien debe la vida. Y Pradelle, aristócrata venido a menos, cínico y mujeriego, está obsesionado con recuperar su estatus social.
De regreso en París, los tres excombatientes se rebelarán contra una realidad que los condena a la miseria y al olvido. Así, Édouard pergeña una ingeniosísima estafa con el fin de vengarse de su progenitor, que siempre lo repudió por su sensibilidad y sus habilidades artísticas. De paso quiere ayudar al fiel Albert, cuyo prurito es huir a las antípodas para olvidar a Cécile, su amor perdido. Aunque tal vez el más ambicioso sea Pradelle, que sacudirá la conciencia de Francia entera mediante una monumental operación delictiva concebida para amasar una rápida fortuna. Los escollos son considerables, pero la voluntad de los tres parece infinita.
Esta Primavera de 1940. Louise Belmont, de treinta años, corre desnuda y recubierta de sangre por el bulevar de Montparnasse. Para entender la macabra situación que acaba de vivir, esta joven maestra deberá sumergirse en la locura de un momento histórico sin parangón: mientras las tropas alemanas avanzan de forma implacable hacia París y el ejército francés está en plena desbandada, cientos de miles de personas aterrorizadas huyen en busca de un lugar más seguro. Atrapada en este éxodo sin precedentes, y a merced de las bombas germanas y de los azares del destino, la vida de Louise acabará cruzándose en un campamento del Loira con las de dos soldados desertores de la línea Maginot, un apasionado subteniente fiel a sus principios morales y un histriónico sacerdote capaz de plantar cara al enemigo.
La crítica ha dicho...
«Una eléctrica novela coral, a caballo entre el género negro y el histórico, ambientada en 1940, cuando los tanques nazis están entrando en París. Un año que guarda inquietantes paralelismos con la actualidad.»
En Mortal y rosa, sobrecogedora y tierna elegía de la infancia, Francisco Umbral evoca la muerte de su hijo. Desde la inhóspita revelación de la pérdida, el escritor construye un largo monólogo en que la muerte actúa como coartada maravillosa que convierte su pesadilla humana en una fuerza catártica y liberadora. Francisco Umbral procura el reencuentro en la evocación, y cada sensación es un continuo superar la existencia inerte, cada objeto, una excusa para la reflexión: «sillas de paja infantil, graves mecedoras, caballos de crin celeste me preguntan por ti, se preguntan por ti». Con «esta corporeidad mortal y rosa / donde el amor inventa su infinito» —verso de Pedro Salinas que preludia el texto—, el escritor aborda una cantata de belleza y originalidad máximas, que desborda todos los rencores, porque, como señala en una frase que bien pudiera glosar la obra, «el hijo es un relámpago de futuro que nos deslumbra. Por él, por mi hijo, he visto más allá, más adentro, y más lejos, y quizás, ay, eso basta».
Cuando vuelve de hacer compra, la criada Félicie descubre que han asesinado a su empleador, el jubilado Jules Lapie. Llamado a investigar, el comisario Maigret no tarda en darse cuenta de que esa joven poco agraciada sabe más de lo que dice, pero también de que su carácter soñador la hace proyectar en la realidad anhelos y fantasías románticas.
¿Cómo conseguir que confíe en él? ¿Y a quién protege con su silencio? Pocas veces un testigo ha causado tantos problemas al famoso comisario.