Cuando Eufrasia Vela empieza a trabajar como cuidadora de ancianos, no sospecha que su oficio la llevará a una encrucijada existencial. La íntima relación que mantiene con doña Carmen, el doctor Harrison y Los Siete Magníficos —entrañables personajes que se apoderan de su pensamiento y su cariño— la obliga a replantearse su papel de madre y hermana, las vicisitudes de la longevidad, las formas de la compasión y el sorpresivo valor que los cuyes, esos conejillos de Indias tan peculiares, adquieren en su presupuesto moral. Acompañada de una banda sonora donde resuenan el huayno, el jazz, la balada y el pop, la historia de Cien cuyes rescata a la vez la impronta del cine como un contrapunto de la existencia de sus personajes y una fuente de revelaciones sobre el sentido de la vida y de la muerte cuando esta se aproxima.
«Cien cuyes es una novela tragicómica, situada en la Lima de hoy, que refleja uno de los grandes conflictos de nuestro tiempo: somos sociedades cada vez más longevas y cada vez más hostiles con la gente mayor. Paradoja que Gustavo Rodríguez aborda con destreza y humor. Un libro conmovedor cuyos protagonistas cuidan, son cuidados y defienden la dignidad hasta sus últimas consecuencias».
Hay amores que hieren, patean y traicionan.
El capitán Bratt Lewis está de nuevo en el comando, con una nueva vida planeada y queriendo retomar el tiempo perdido. Pero las personas que dejó no son las mismas: Rachel James falló, el coronel ha jugado sucio y una nueva ficha ha entrado en el tablero.
Antoni Mascherano quien no es solo un bioquímico, sino también el líder de la mafia, ha puesto los ojos en la teniente James y su objetivo es tomarla como suya. El panorama se complica en esta segunda entrega donde los rencores empiezan a surgir, las relaciones, a agrietarse y los miedos, a avivarse.
Bien dicen que las verdades siempre salen a la luz, y el saber que tan cierto es se comprobará en esta nueva parte donde las pasiones no pueden ocultarse ni los sentimientos disimularse.
Encontrar un modo de llegar al infierno y, una vez allí, llevarse un alma. Un plan sencillo, si no fuera porque la gente que realiza este peculiar viaje rara vez consigue volver y porque nunca se sabe qué huella puede dejar en una persona haber estado en un lugar como ese. Pero Galaxy «Alex» Stern está decidida a rescatar a Darlington, incluso si eso supone renunciar a su futuro en Yale.
Como les han prohibido rescatarlo, Alex y Dawes no pueden pedir ayuda a la Novena Casa, así que reúnen a un equipo de dudosos aliados para la misión. Juntos deberán recorrer un laberinto de textos arcanos y artefactos extraños para desvelar los secretos mejor guardados del campus. Pero cuando varios profesores comienzan a morir, Alex sabe que no se trata de meros accidentes. Algo mortal merodea por New Haven, y si quiere sobrevivir a lo que quiera que sea, deberá enfrentarse a los monstruos de su pasado y a la oscuridad oculta tras los muros de la universidad.
Con una historia que atrapa y los giros de guion propios de Bardugo, La huella del infierno extiende ante nosotros un mundo lleno de magia, violencia y monstruos muy reales.
En plena crisis de madurez, Bennie Salazar, que en los setenta formó parte de una banda punk y ahora es un alto ejecutivo de la decadente industria discográfica, se echa copos de oro en el café para recuperar el apetito sexual. Sasha, su asistente, después de haber viajado mucho y no siempre en circunstancias felices, se trata de su cleptomanía con un psicoanalista que viste jerséis estrambóticos. En torno a ellos se despliega una variopinta red de personajes, desde una relaciones públicas que intenta lavarle la cara a un general genocida hasta un periodista que ha estado en prisión por abusar de una estrella de cine adolescente. Con el rock palpitando en cada una de sus páginas, El tiempo es un canalla es un entramado fascinador que pasa por lugares como Nueva York, San Francisco, Kenia, Nápoles o el desierto de California, y cubre un período que va de los años setenta hasta el 2020.
El fuego ha arrasado Moscú y una turba furiosa busca culpables. Vasia, acusada de brujería, es la candidata perfecta.
El gran príncipe forma alianzas con quienes tal vez lo conduzcan a la guerra y la ruina, mientras que el rey del invierno ve cómo su poder va debilitándose a medida que se acerca el verano. Y entretanto, sobre todos ellos se cierne la sombra de un antiguo demonio.
Para proteger a los suyos y el mundo mágico que tanto atesora, Vasia tendrá que recurrir a la ayuda tanto de amigos como de viejos enemigos. Pero es posible que no pueda salvarlos a todos, ni siquiera a sí misma. Porque, como es bien sabido, la magia enloquece a la gente. Y al cambiar la realidad siempre puedes acabar olvidándote de lo que es real.
El invierno de la bruja es el final de la trilogía de El oso y el ruiseñor, una fascinante serie ambientada en la Rusia medieval que ha entusiasmado a los lectores en más de veinte idiomas.
Estos poemas los encontró Inmaculada Pelegrín (Lorca, 1969) una mañana de enero en un lugar llamado Farrera con vistas al Alto Pirineo. Por esta circunstancia no debe extrañar que, al leerlos, huelan a hierba y a pan de centeno o se escuche, de fondo, bramar un cabirol. Fue imprescindible, para que ocurriera, que estuviesen por allí Fernando Carreter, conductor de diligencias; su hijo Saúl, descifrador de contraseñas; y Tito Pedro, un ermitaño sabio que los acogió en su eschatia. Aunque debatieron mucho sobre el tema, ninguno se atreve a afirmar si cuando decimos la teoría de las cosas nos estamos refiriendo a que nosotros tenemos una teoría sobre las cosas o a que las cosas tienen su propia teoría sobre el mundo.